1/12/10

Cuerpos ardientes



El debut de Lawrence Kasdan como director no pudo ser más auspicioso, un thriller en la línea de James M. Cain (el autor de El cartero llama dos veces), un pastiche de Pacto de sangre (Double indemnity, Billy Wilder, 1944), una de las cumbres del film noir de los años 40. Aquí no están Barbara Stanwyck ni Fred MacMurray pero sí la deslumbrante Kathleen Turner -en su debut fílmico- y un casi novato William Hurt, que le aportan al asunto la dosis de sensualidad y erotismo que el código Hays y sus severas restricciones no le permitieron al director de Sunset Boulevard.

En un tórrido verano en la Florida, un abogado -que se mueve más por los impulsos de su genitalidad que por su raciocinio- se deja atrapar en la tela de araña urdida por la más ambiciosa de las mujeres fatales, que utiliza su sexualidad como poderoso anzuelo. Una vez que ha conseguido su objetivo -que la ayude a asesinar a su marido para poder quedarse con la fortuna-, la mantis religiosa se dedicará a devorar a su macho, haciendo que todas las pruebas incriminatorias apunten en su dirección.

Realizado en 1981, el film abunda en citas hiperconcientes de sus ancestros. En el thriller, el espectador colabora en la construcción del film llenando lagunas y elaborando más suposiciones que en otro tipo de género, ya que es impelido por los desequilibrios cognitivos que provoca la falta de información para generar suspenso. Un thriller será efectivo para el espectador si -entre otras variables- sus suposiciones son superadas por una conclusión inteligente, basada en información generada por lo que ya se vivió y experimentó y no por una razón extemporánea.

Cuerpos ardientes tiene en su protagonista femenina -Matty Walker- una diestra puestista en escena que hace del saber una baza y no devela sus cartas hasta el clímax. Una lectura retrospectiva -una vez concluido el metraje- nos lleva a deducir que esta mujer ha representado un papel en la vida del abogado Ned Racine. Ha fraguado un encuentro -en apariencia fortuito-, lo ha animado a una relación de amantazgo -aparentemente espontánea-, lo va a empujando para que haga suya la idea de asesinato hasta hacerle creer que él lo ha diseñado. Es más, Matty -su nombre como actriz como lo revelará una concluyente y demoledora prueba final- llega a encarnar las palabras "saber es poder" y no dudará en sembrar su recorrido por la vida de Racine con pistas que el enceguecido hombre no sabe ver (la película está narrada desde su punto de vista). De hecho, él es un animal sexual que suele cazar mujeres con uniforme -camareras, enfermeras- y no puede ver que Matty lleva un disfraz.

Muchos de los rasgos del film negro clásico se cumplen puntualmente: el protagonista es un hombre débil, de mentalidad adolescente, arrastrado por una vorágine que lo lleva a su propia destrucción. La mujer fatal no sólo corroe las prerrogativas del ser macho en la sociedad sino que también ataca los cimientos de la familia: otro de los objetivos de Matty es dejar a su cuñada y sobrina sin la herencia correspondiente. A partir de la segunda parte del film, una vez cometido el asesinato, Ned se transforma en un investigador privado que ni siquiera puede confiar en sus amigos más cercanos, el fiscal Peter Lowenstein (Ted Danson, hábil en sus pasitos de baile a lo Fred Astaire que Kasdan utiliza como leif motiv) y el sargento Oscar Grace (J. A. Preston), quienes serán los encargados de ponerlo tras las rejas, en una situación de pasividad absoluta, y quienes le habían advertido acerca de la peligrosidad que entrañaba su relación Matty.

Otros rasgos se ven modificados por el clima de época: ya hemos aludido a la alta carga erótica que el film conlleva y que permite explicitar lo que en los antecedentes del género se suponía. Por otro lado, introduce una variante extraordinaria que es la supervivencia de la mujer fatal. Tamizada por el feminismo de los años 70, Matty Walker es una heroína a la que se le permite cumplir con su deseo y no ser castigada, aunque el film deje en duda si llegó o no a amar a Ned. La escena final de Matty tomando sol en una paradisíaca playa de algún país exótico con la expresión incómoda, insatisfecha, melancólica de su rostro abona la duda. Otra variante es permitir que el típico muchacho estadounidense termine siendo condenado por miembros de minorías (un judío y un negro), depositarios de los ideales de la profesión que él no quiso honrar.

La puesta en escena de Kasdan es cuidada y minuciosa. Utiliza los vahos del calor como sustituto de la niebla que poblaba los films de los 40: los personajes se arrojan cubitos cuando están inmersos en bañeras o ponen sus pectorales a refrescarse de cara al refrigerador. Los cristales que cuelgan en la mansión de Matty emiten sonidos cuya frialdad connota al personaje. El uso de la iluminación para la escena en que Matty le regala a Ned el sombrero Fedora -similar al que usaban Sam Spade o el detective Marlowe- permite que ella se desvanezca y en el reflejo del vidrio de un auto Ned superponga su imagen a la de ella (un antecedente de que él cargará con toda la culpabilidad y ella se esfumará en las sombras). El cambio de foco cuando se están anunciando las condiciones del nuevo y sorpresivo testamento permite que notemos que Matty está siendo observada escrupulosamente por el fiscal Lowenstein. La envolvente banda sonora compuesta por John Barry contribuye a la atmósfera sugerente y ominosa que puebla el film. Y la fotografía de Richard H. Kline sabe combinar bien los rojos y naranjas sensuales con los blancos y celestes frizados.

Kasdan, que como antecedentes tenía los guiones de El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) y Los cazadores del arca perdida (Steven Spielberg, 1981), deslumbra en su debut y seguirá manteniendo el nivel durante los años 80, generando films que lo tienen también como guionista y director (Reencuentro, Silverado, Un tropiezo llamado amor). En la década siguiente, su aura se debilita (Te amaré hasta matarte, El corazón de la ciudad, Wyatt Earp, Mumford), hasta apagarse con El cazador de sueños en el año 2003.