18/9/10

Temple Grandin

¿Pueden coexistir dos temas tan dispares como el autismo y el tratamiento que se les otorga a las vacas en el matadero antes de pasar a mejor vida? Este film producido por la cadena de cable HBO logra la magia de unirlos a través de la biografía fílmica de Temple Grandin, nacida en Boston en 1947. Esta muchacha a la que se le diagnosticó la enfermedad a los tres años logró hacer de la necesidad virtud y terminó -con el impulso, el tesón y el sufrimiento de una madre universitaria- siendo una académica respetada que elaboró un tratamiento indoloro para que el ganado que iba rumbo al cuchillo tuviera una muerte digna, tratamiento que terminó siendo adoptado por la industria de la carne. Entre medio de las tantas vicisitudes que el film narra con habilidad y ligereza, creó una máquina que "abraza" a las personas híper sensitivas, calmándolas cuando sufren algún estímulo que las desborda.

El film de Mick Jackson busca que todo el tiempo olvidemos que Temple (interpretada con augusta convicción por una casi irreconocible Claire Danes en el que es el papel de su carrera) es un "fenómeno" en la tradición de aquellos descastados que tan bien supo relevar Tod Browning en su Freaks (1932), transformándola en un ejemplo que inspire a otros a sobrellevar sus discapacidades, -como lo hicieran antes Daniel Day Lewis en Mi pie izquierdo (Jim Sheridan, 1989) o Dustin Hoffman en Rain Man (Barry Levinson, 1988)-, insertado en la sociedad tanto por sus valores humanos como por su capacidad para hacer el bien. Y logra su objetivo con buenas artes y con cierto estilo: cuando Temple se siente desbordada por algún estímulo que ahoga su capacidad de tolerancia se lo hace sentir al espectador con un avezado montaje visual y sonoro.

Films como éstos son los que los estadounidenses denominan "inspiradores". Preciosa (Lee Daniels, 1999) caería también en esta categoría: una adolescente negra, pobre, gorda, híper obesa, maltratada por su madre y violada por su padre, logra ser una estudiante y madre responsable. La Rosa (Mark Rydell, 1979), film debut de Bette Midler, una biografía disfrazada sobre Janis Joplin, no formaría parte de este tipo de relatos, ya que su protagonista termina sin poder sobreponerse a los obstáculos y muere de una sobredosis de droga. Lo mismo sucedería con los protagonistas de Syd and Nancy (Alex Cox, 1986) o The Doors (Oliver Stone, 1991). En estos casos estaríamos hablando de "cautionary tales", relatos que advierten sobre las consecuencias de no ser un modelo para la sociedad (útil, responsable, productivo), adoptando costumbres o usos penados socialmente. Generalmente son films que se extienden y demoran en las penosas y destructivas conductas de sus personajes.

Volviendo a Temple Grandin, -descendiente pulida y perfeccionada de aquellas películas de la semana que solía brindar canal 9 en la década del 80- da cabida a excelentes actuaciones (a Danes la acompañan con distinción Julia Ormond y la madre de Mi pobre angelito, Catherine O´Hara) y a un guión tan didáctico como moralista y pasteurizado. Para finalizar, cabe destacar que Temple Grandin se alzó con la mayoría de los Emmys (premio de la televisión estadounidense) de su categoría.

El último exorcismo


El último exorcismo es un film atractivo porque pone en discusión la cuestión de la credibilidad en aquellos que vemos una película y en la forma en que se nos cuenta. Un exorcista profesional (que no cree en lo que hace), acompañado de una asistenta y un camarógrafo, decide revelar sus trucos a la cámara aceptando -por dinero- el caso de una familia necesitada que cree que su hija está poseída por el demonio.

Los responsables del film han sido muy cuidadosos al establecer el contexto. El protagonista es un reverendo evangelista más preocupado por tener una buena cobertura médica para él y su familia que en la existencia de sus creencias religiosas. El caso que se acepta tiene lugar en medio de una zona rural en Louisiana de profundas convicciones religiosas.

No es cuestión de develar de qué viene la trama pero cabe consignar que todo lo que vemos es lo que registra la cámara que acompaña al carismático pastor. A medida que él nos revela sus trucos para hacer creer a los pobres ingenuos que se ha realizado un exorcismo, nos preguntamos quién ha montado y editado esto que vemos, por quién está siendo exhibido (a la luz de posteriores revelaciones.) Porque si el film se presenta como un falso documental deudor de El proyecto Blair Witch (Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999), aquí no se deja constancia sobre quién encontró el material o qué tratamiento ha recibido para que sea accesible a nuestros ojos. Sí tenemos -como en aquel film- los temblequeos de cámara, los diestros ocultamientos dentro del encuadre con la excusa de una pobre iluminación o una carrera a campo traviesa que puede concluir con la cámara dándose de bruces contra el suelo.

La historia está cuidadosamente elaborada por los guionistas, los sobresaltos son esporádicos, los efectos especiales nulos y el giro final de la trama, sus últimos 5 minutos, totalmente sorpresivos. Hay homenajes explícitos a El exorcista (William Friedkin, 1973) y a El bebé de Rosemarie (Roman Polanski, 1968). Gran parte del éxito de la empresa se debe a la actuación de Patrick Fabian como el pastor Cotton Marcus, entrenado desde pequeño para persuadir a una audiencia. Un film como éste debe construir laboriosamente la identificación del espectador con su protagonista y Fabian sabe cómo hacernos entrar en complicidad con habilidad.

El film concluye abruptamente y todos los espectadores nos quedamos con ganas de más. Decenas de preguntas han quedado planteadas, y una y otra vez volvemos sobre aquello que se nos ha presentado. Hay dos pastores en la narración y ambos tienen asistentas. ¿Qué ha pasado con el hermano de la víctima, no era qué...? ¿Había sido violada la protagonista? ¿Por quién? Juegos de dobles y apariencias que reflejan lo constitutivo del cine como representación de la realidad en una insospechada puesta en abismo. Profundizar más iría en detrimento del placer de descubrir el film.