He aquí un musical -¿el único que veremos este año?- como los que se hacían por docena en la década del 40 y del 50 del siglo pasado. Como es un género muy caro y con no tantos adeptos, Hollywood los destila con cuentagotas: el año pasado tuvimos Nine (Rob Marshall), que se basaba en una obra de Broadway que, a su vez, se basada en 8 y medio (Federico Fellini, 1963), uno de los films capitales del cine moderno. Nine lucía barato y desprolijo, aunque poblado de estrellas que cantaban como podían. Noches de encanto, creado originalmente para el cine, no es tan ambicioso, se conforma con sólo dos, ambas neófitas en el género pero buenas cantantes: Cher y Christina Aguilera.
La línea argumental de esta fantasía colorida es casi trivial: joven chica campesina que llega de Iowa a Los Ángeles dispuesta a triunfar... en el mundo del burlesque. Consigue trabajo en uno, como camarera, y al poco tiempo está reemplazando a la estrella principal del lugar. Con su atractivo, la chica -que canta con sus propios pulmones y no haciendo playback de otros cantantes como sus compañeras- logrará revertir la suerte del lugar, en vías de extinción por las deudas acumuladas.
Cher representa a la dueña del local, -siempre vista en penumbras, con una peluca distinta para cada ocasión, no todas ellas favorecedoras para enmarcar su rostro de cera y su figura embalsamada en un corset-, que le da una oportunidad a la novata. En el reparto le tocan un par de canciones, una en el escenario y otra entre bambalinas, en tinieblas (el número musical más sentido y ya ganador del Globo de Oro a la mejor canción). El film es una excusa para lanzar al mundo del cine a la Aguilera que canta muy bien y se mueve bien, pero a la que le falta carisma en la pantalla, dada su vulgaridad. Sin embargo, luce mejor que una Whitney Houston (cuando le tocara su debut en El Guardaespaldas) o que una Mariah Carey (en Glitter, una de las peores películas de la historia del cine).
El film respira aludiendo a otros musicales, teniendo como referencia la obra entera de Bob Fosse, tomando más de un préstamo de Cabaret y de Sweet Charity. Acude mucho al montaje para salvar las imperfecciones de sus intérpretes cuando bailan y para conseguir un estilo relampagueante como el de los números de Flashdance (Adrian Lyne, 1983). Así y todo hay virtudes de producción que alcanzan para llenar el ojo y hacer que la proyección no aburra a lo largo de sus dos horas. Durante los primeros quince minutos uno se la pasa tratando de discernir si está protagonizado por travestis, dado el barroquismo del maquillaje y del vestuario que lucen las actrices. Por lo antedicho, hay una carencia de sensualidad un poco llamativa para un antro como el que se describe, que solía estar reservado para números de strip tease como los que hicieron famosa a Gipsy Rose Lee y alrededor de los que giraba el musical Gipsy.
Alan Cummings se deja ver como una versión devaluada del maestro de ceremonias de Cabaret (hasta interpreta una canción muy similar en su puesta a la de Two ladies) y Stanley Tucci hace del paño de lágrimas gay de la legendaria Cher. Como se desprende de este comentario, el film es una ocasión para que la platea se llene de mujeres y varones gays, ansiosos de ver un gran despliegue de lentejuelas y las aposturas de Cam Gigandet (que interpreta a Jack, el interés romántico de Aguilera, que realiza un strip tease a lo largo de toda una escena vistiendo solamente una caja de galletitas), Eric Dane (como Marcus, quien desea comprar el terreno del local a bajo precio para hacer un negocio inmobiliario) y Peter Gallagher (como Vince, el quejumbroso ex marido del personaje de Cher, bastante descuidado en su apariencia).