Espacio de comentario y discusión de películas y cuestiones relacionadas con el mundo del cine.
29/2/20
El hombre invisible
Adaptación muy libre de la novela homónima de H. G. Wells –toma
los elementos propios del género de la ciencia ficción- el film escrito y
dirigido por el australiano Leigh Whannell (La
noche del demonio: Capítulo 3, Upgrade: Máquina asesina), reelabora la
archiconocida historia desplazando el foco narrativo hacia el personaje de la esposa
del científico, Cecilia Kass (Elizabeth
Moss), y la transforma en un virtuoso ejercicio de terror psicológico.
Una vez muerto él, la mujer seguirá sintiéndose acosada,
asfixiada, sufriendo terribles abusos que motivaron que escapara de su lado. A
diferencia de Durmiendo con el enemigo
(Joseph Ruben, 1991), donde una joven Julia Roberts sufría las de Caín por otro
monstruo adepto al control, veremos los malos tratos
no durante la relación, sino una vez que Cassie se ha mudado a casa de James
(Aldis Hodger), un morocho más apto para protagonizar una fantasía erótica que
el papel de policía y padre protector. Por qué se muda con este personaje y su
hija, el film no lo revela, como también ofrece muy poca información sobre el
pasado de los personajes. Es como si el adaptador hubiera optado por un enfoque
basado en el aquí y ahora, nada de ramificados pasados para los personajes, y dejara
que el espectador rellene con su imaginación la información faltante, como por
ejemplo, por qué James es tan relevante en la vida de Cassie y de su hermana (Harriet
Dyer), una abogada que aparece puntualmente para anunciar varios de los
sorpresivos giros del relato. Puestos a imaginar, se nos ocurre que es por su
profesión, su formidable estado físico que deja esmirriado a cualquier otro
personaje masculino de la película y porque ya es padre y ofrece un paraguas
protector bajo el que guarecerse. No hay –aparentemente- tensiones eróticas entre
James y Cassie; no hay peligro de quedar embarazada a su lado.
Igual, las objeciones son mínimas. El hombre invisible constituye un incontestable entretenimiento, paseándose
con solvencia por muchos de los tópicos del género de horror: chica
sola en una habitación en penumbras, abriendo una puerta que no debe franquear,
citándose con familiares en lugares públicos para evitar cualquier violencia y…
siempre acechada por el monstruo patriarcal. El guion de Whannell se desovilla
en una fina hilacha entre la eficacia y el mal gusto, al invocar el tema de la violencia hacia las mujeres
con fines recreativos. Una cosa era ver a la pobre Ingrid Bergman sufriendo las
torturas de un marido que la quería hacer pasar por loca en 1944, en La luz que agoniza (George Cukor), y
otra cosa es ver a Elizabeth Moss después del #MeToo, reducida a golpes cada 20 minutos.
Moss es una actriz formidable, más parecida a Bette Davis que a la Bergman o a la Roberts, carente del aura estelar de las
tres, aunque capaz de manifestar convincentemente tanto tenacidad como
vulnerabilidad. Desde su salto a la fama con la serie Mad Men, ha mostrado una particular sabiduría a la hora de
elegir sus roles, muchos de ellos de mujeres empoderadas guiadas por una feroz
determinación. Entre sus protagónicos,
se destacan la detective Robin Griffin en Top
of the Lake, la áspera serie realizada por la neozelandesa Jane Campion, y la
rebelde June Osborne de El cuento de la criada.
En cine, han sido llamativas sus participaciones en The Square (Ruben Östlund, 2017), Nosotros (Jordan Peele, 2019), y sus
protagónicos bajo la dirección de Alex Ross Perry en Queen of Earth (2015) y Her
Smell (2018).
Para quienes busquen la sustancia que El hombre invisible adelgaza al reducir los contextos de los personajes
y sus interrelaciones eligiendo la vía del entretenimiento más desembozado, el
tema del maltrato a las mujeres por parte de sus maridos tiene en la española Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003) un
tratamiento realista y dramático, y ofrece una indagación profunda sobre sus
causas en el contexto de una sociedad más parecida a la nuestra. De manera más
focalizada, la neozelandesa El amor y la
furia (Lee Tamahori, 1994), radiografía los orígenes y las causas
culturales de la violencia hacia la mujer en medio de una familia descendiente
de guerreros maoríes.
Ambos son films de visión imprescindible.
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