El secreto de sus ojos es la película nacional más exitosa del año pasado en la Argentina. Y tiene razones para serlo, ya que su director -José Luis Campanella- ha logrado una buena pieza de artesanía que conjuga lo popular con lo mejor del cine de género. Sazonar un buen melodrama y una trama policial con ingredientes varios como el culto a la amistad, la pasión por el futbol y esa melancolía tan propia de los porteños, más el adicional del contexto político -un arco que abarca desde el gobierno de Isabel Perón hasta las postrimerías del de Carlos Menem, en el que la justicia como institución se muestra como una máquina burocrática susceptible a los alientos del poder político de turno- hacen que la receta sea irresistible. Más si se le suman dos íconos populares como Ricardo Darín -destinado a ser la gran estrella del cine nacional desde Nueve reinas, con su imagen de hombre galante y pudoroso, idealista e inteligente, capaz de meter sus zapatos en el fango para descubrir su verdad- y Ricardo Francella, un bufo de proporciones que se atreve a aguas más profundas.
Un asesinato ocurrido en 1974 -se encuentra al asesino pero, por diversos motivos, no cumple condena- ha impresionado las retinas de Benjamín Expósito (Ricardo Darín), un empleado judicial que, contemporáneamente, se enamora de su jefa (Soledad Villamil, actriz tan bella y melancólica como expresiva), una abogada recibida en Cornell, de una clase social diferente a la suya. Aquella impresión subsiste 25 años después, lo que lleva a Expósito -ya jubilado- a escribir una novela que le servirá para ajustar cuentas con ese pasado que aún no cerró. Esto da pie para un ejercicio de la memoria, siempre impreciso, con flashbacks -como el del momento de la violación y el asesinato de Liliana- que parten de una foto o de la visita a la escena del crimen, o el de la reconstrucción de los últimos momentos de Sandoval (Francella), en el que Expósito supone que su amigo se sacrificó por él a raíz de unas fotografías que fueron vedadas a la mirada de los asesinos. Y también la escritura da pie a la autoindagación y a la investigación, lo que llevará Exposito a la revelación final de cómo hizo el viudo para sobrevivir al vacío de la perdida de su esposa durante tanto tiempo.
El film está claramente dividido en dos partes. En la primera asistimos a un policial de los clásicos: quién mató a Liliana (el motivo será un crimen pasional). Cuando lo sabemos, pasamos al policial negro (hay un asesinato por motivos políticos) y su trama de corruptelas -insinuada en los manejos judiciales de la primera. El asesino ha sido eximido de su condena por pertenecer a una organización cercana al poder -podemos suponer que es la Triple A; también lo hacen imaginar las distintas letras A que la máquina de escribir se empeña en escribir desfasadas. No hace falta que ningún personaje lo mencione. Que el asesino sea un custodio de Isabel Perón mientras es presidenta (en una imagen de noticiero trucada a lo Forrest Gump) dice más que mil palabras. La prosecusión de la investigación hace que Expósito deba sufrir un exilio interno -irse a vivir a Jujuy bajo la protección de Irene y su familia (que posee un feudo allí, algo que no nos parece inverosímil en el contexto de nuestra realidad nacional).
Los 25 años transcurridos desde aquellos hechos llevan a Expósito a darse cuenta que su existencia ha derivado en un vacío. No es el único; Irene también ha cumplido con todos los mandatos de su clase -se ha casado, ha tenido hijos, ha ascendido profesionalmente- pero también ha naufragado en el vacío. Ambos personajes harán justicia a las reglas del melodrama cuando acepten unir sus vidas tras tantas dilaciones y postergaciones. No sin que antes Expósito averigüe qué ha sucedido con el asesino de Liliana y su viudo. Una visita a las afueras resultará develadora. Se ha hecho justicia, una forma de justicia en un país donde la justicia es una quimera manejada por los políticos. La condena a cadena perpetua se ha cumplido, se está cumpliendo efectivamente. El viudo de Liliana ha sabido cómo llenar su vacío.
La mirada es un principio constructivo del film. No sólo las que se arrojan Expósito e Irene, que hablan del amor que se tienen y no se animan a expresar, también la del asesino hacia su futura víctima a través de una serie de fotografías. La mirada del pasado que tiene Expósito tiene la cobertura del thriller cinematográfico -no vemos quién está violando a Liliana- o del melodrama -la eterna despedida de Irene en el andén del tren: años más tarde ella no la recordará de esa manera.
Otro de los principios constructivos es el de las puertas: se abren, se entornan, se cierran. De hecho Expósito observará desde una puerta entornada (la puerta cerrada de) la celda final en que está el asesino. El film se cierra con un encuadre de una puerta cerrada del despacho de Irene: allí sucede algo muy privado, se discuten las alternativas de la consolidación del amor tanto tiempo postergado con Expósito.
Como siempre cuando un film nacional alcanza tanta trascendencia se escuchan voces discordantes acerca del verosímil empleado en los diálogos ("No se hablaba así en los años 70") como si el film debiera ser un documental arqueológico, o en la forma de representar a una institución: "la justicia no funciona de esta manera en este país". Los responsable del film crearon ese verosímil de la justicia nacional, tan respetable como cualquier otro en un film de ficción. Son objeciones menores derivadas de la tiranía a la que somete el realismo, que no es más que otra forma de representación y no la única; me parece que lo importante es destacar que El secreto de sus ojos es un film comercial muy bien realizado, que se inserta en el debate actual acerca de si se puede seguir adelante en un país sin memoria ("Olvídese Expósito, dé todo por terminado") y sin alguna forma de justicia que repare las heridas de las víctimas.
El film parece decir que cuando se haga justicia se podrá dejar de vivir en el pasado para conquistar el futuro y empezar a sentirse pleno.