David Cronenberg en Spider logra situarnos en la mente de un esquizofrénico que trabaja en la reconstrucción de su pasado para lograr un sentido de identidad. Thriller psicológico en la tradición de Imágenes (Robert Altman, 1972) donde una mujer inestable ante la posible infidelidad de su marido podría o no haber cometido varios crímenes en el transcurrir de su deriva mental, Spider (Ralph Fiennes de adulto; Bradley Hall de niño) reelabora su pasado recorriendo distintos caminos que siempre conducen a la muerte de su madre. Como los espectadores estamos encerrados en el laberinto de su mente –no hay ninguna fuente objetiva que nos confirme si el hecho representado es real o producto de la férrea actividad artística de la mente del enfermo- naufragamos en busca de alguna certeza.
El director canadiense siempre fascinado por los procesos –no hay más que recordar el lento deterioro del protagonista de La mosca- dedica gran parte del metraje a la laboriosa actividad de Spider, desatada por un calefactor alimentado a gas que hay en el interior del albergue de Miss Wilkinson, ubicado frente a un enorme tanque de gas que se acrecienta ante la mirada del enfermo como el peso de la piedra que carga Sísifo tras varias idas y vueltas subiendo y bajando la montaña. Si algo podemos dar por cierto en este film es que David Cleg (el nombre real de Spider, otra de sus identidades) ha salido del manicomio y se ha radicado en la pensión en la que permanecerá hasta tanto lo regresen al manicomio, tras un intento de esculpir –cincel y martillo en mano- a la dueña de la pensión.
¿Por qué Miss Wilkinson es un objetivo? Porque –según los indicios de la fragmentada mente de Spider, indicios que tenemos que interpretar para que este rompecabezas adquiera sentido- sería una de las encarnaciones de su madre, madre a la que eligió como objeto sexual –a la que peinaba e idealizada mientras ella narraba historias sobre arañas-, objeto arrebatado por su padre, que se lo quitaría para mancharla con actividades pecaminosas transformándola en la prostituta Yvonne. Muerta su madre por su progenitor en la pantalla de su mente, la mujer será reemplazada por la descarada Yvonne, quien también merecerá la muerte pero en manos de un laborioso mecanismo ideado por el joven Spider, un tejido de hilo sisal que atraviesa la casa de su infancia con mayor orden que las babas del diablo que interconectan sus adultas dendritas.
El director canadiense siempre fascinado por los procesos –no hay más que recordar el lento deterioro del protagonista de La mosca- dedica gran parte del metraje a la laboriosa actividad de Spider, desatada por un calefactor alimentado a gas que hay en el interior del albergue de Miss Wilkinson, ubicado frente a un enorme tanque de gas que se acrecienta ante la mirada del enfermo como el peso de la piedra que carga Sísifo tras varias idas y vueltas subiendo y bajando la montaña. Si algo podemos dar por cierto en este film es que David Cleg (el nombre real de Spider, otra de sus identidades) ha salido del manicomio y se ha radicado en la pensión en la que permanecerá hasta tanto lo regresen al manicomio, tras un intento de esculpir –cincel y martillo en mano- a la dueña de la pensión.
¿Por qué Miss Wilkinson es un objetivo? Porque –según los indicios de la fragmentada mente de Spider, indicios que tenemos que interpretar para que este rompecabezas adquiera sentido- sería una de las encarnaciones de su madre, madre a la que eligió como objeto sexual –a la que peinaba e idealizada mientras ella narraba historias sobre arañas-, objeto arrebatado por su padre, que se lo quitaría para mancharla con actividades pecaminosas transformándola en la prostituta Yvonne. Muerta su madre por su progenitor en la pantalla de su mente, la mujer será reemplazada por la descarada Yvonne, quien también merecerá la muerte pero en manos de un laborioso mecanismo ideado por el joven Spider, un tejido de hilo sisal que atraviesa la casa de su infancia con mayor orden que las babas del diablo que interconectan sus adultas dendritas.
A la manera de la hechura de los sueños, Cronenberg en su texto apela al mecanismo de condensación: la misma actriz –la siempre maleable Miranda Richardson- brindará su máscara a las tres mujeres, aunque Miss Wilkinson tenga como punto de partida la de Lynn Redgrave. Los desplazamientos de este ensueño mental vendrán dados por derivaciones temáticas que tienen su núcleo en el complejo de Edipo y en la represión de los instintos. La madre idealizada no puede ser tocada por lo carnal que sí toma posesión de Yvonne, sazonada con una pizca de represión sobre lo que un niño debe o no hacer, orden autoritario que rige bajo el reinado de Miss Wilkinson, quien también osó pedirle al señor Cleg (Spider adulto) que se quitara sus ropas. El mismo Spider niño no estará ajeno a estas transformaciones: ya adulto se condensará en la figura del padre –escena bajo el puente, en la que Yvonne lo masturba- lo que le permitirá marcar para la muerte a la descocada prostituta que acaba de arrojar su fluido seminal al río.
La confusión que se deriva del párrafo anterior viene dada por la forma de representación que el director dispone para los recuerdos o invenciones, muy similar a la elegida por Ingmar Bergman en Cuando huye el día (1957). Muchas veces vemos al Spider adulto atisbando situaciones de su infancia donde aparece desdoblado y compartiendo espacio fílmico con su joven imagen. Muchas veces el Spider adulto repite los parlamentos que el Spider niño acaba de recitar.
Mientras tanto Spider pasará el tiempo deambulando por una Londres tan aislada y solitaria y atemporal como él, en la que su percepción sólo puede permitir que se filtren una madre y su hijo que salen de una casa. También se hará un espacio para recordar la estadía en el manicomio y cómo solía divertirse con otros presos (mostrándose el contenido de las medias que esconden en la entrepierna: una dentadura postiza –alusión a la castración-, una foto de una bella modelo en topless que bajo la mirada de Spider se transforma en Yvonne; un tercer presidiario sin media, sólo el pene que la sustituye).
Film de construcción minimalista con una elección deliberada por parte del director de amplificar los detalles, que recuerda en mucho al universo de Samuel Beckett con sus personajes obsesivos que se la pasan rumiando en jeringozo o que se complementan unos a otros (lo que no dice Spider lo dice en demasía su compañero de pensión), con su apariencia andrajosa (Ralph Fiennes adoptó un look becketiano para la ocasión), quizás sea el más logrado de Cronenberg. Aquí no sobra ni falta nada.