El dependiente es una extraña síntesis entre la
intuición y el cálculo del director y entre el poder del deseo y el fatalismo
determinante de los personajes. Favio nos cuenta una historia de seres pequeños
en un pueblo de provincia pequeño, encerrados en un círculo del que sólo puede
escapar su cámara en el comentado travelling
final.
La
historia del dependiente Fernández, que trabaja hace 25 años bajo las órdenes
de Don Vila en la ferretería pueblerina y cuyo único sueño es la muerte de su
jefe para poder heredarlo, se combina con la de la señorita Plasini, que sale a
la calle sólo para pescar a un incauto que la aleje del asfixiante encierro
familiar. Se cumplirá el deseo de Fernández pero el malhadado personaje
descubrirá que no habrá mayor diferencia en su vida: la señorita Plasini –ya su
esposa– ejercerá el mismo tipo de opresión sobre él que ejercía don Vila. El
próximo deseo a cumplir será el del aniquilamiento de la propia pareja;
una vez logrado, la ferretería –es dable suponer– quedará en
manos de otra pareja que entraña vínculos de dependencia inexorables: la de la
madre y el hermano retrasado mental de la señorita Plasini .
Uno
de los atractivos del film es cómo su director va entretejiendo sentidos: a
través del montaje como en la escena en la que una rata en busca de comida es
asimilada a don Vila comiendo; o a través de los elementos de la puesta en
escena como por ejemplo cuando el eterno cortejo entre Fernández y la señorita Plasini
es observado desde el interior de una habitación, donde el reflejo de la mujer
sobre el vidrio de una puerta alude a su condición dual, de mujer de dos caras.
Un simple cartelito dentro de un encuadre general nos habla a gritos del cambio
dentro de la constitución societaria de la ferretería, dándole la preeminencia
a don Vila –ya muerto, pero vivo en la letra, al igual que el padre espiritista de la señorita Plasini, que sigue ocupando
un espacio en el patio de la casa familiar–, seguido por el apellido de la
mujer y en última instancia, como último orejón del tarro, el de su reciente cónyuge.
La canción interpretada por Palito Ortega a través de la radio, cuestiona si es
amor lo que une a los personajes.
Los
alterados estados de conciencia de Fernández son expresados a través de
recursos expresionistas. Los planos muy cercanos a su rostro tiñen de
subjetividad todo lo que el personaje ve, así las voces suben o bajan de
volumen de acuerdo al nivel de estridencia interna que rige su delicado sistema
nervioso, alterado por su percepción.
Todo
lo antedicho le otorga al film un tono muy particular: un naturalismo deformado
por las alternancias entre lo estático y los exabruptos de la locura contenida.
Fernández puede estar plácidamente sentado en el patio de las Plasini y un gato
negro caerle desde un árbol, sobresaltándolo a él y al espectador. La madre
puede gritarle desaforadamente a su hija y un segundo más tarde dirigirse al
cortejante con la suavidad de un ángel.
También
puede pensarse a El dependiente como
un relato gótico donde la señorita Plasini es una especie de conde Drácula que
captura en su castillo a una virginal doncella (el señor Fernández) y necesita
de su sangre para salir a la luz, para mostrar su cara al pueblo. Pero hay un
nivel ulterior de lectura en donde todo puede ser visto como una puesta en
escena de la madre para asegurarse a través de estos dos personajes desangrados
la supervivencia material de la extraña pareja que conforma con su hijo. Al fin
y al cabo ella es la matriarca que le propone al señor Fernández –no una, sino dos veces– que le pida la mano
de su hija.
Al
ser Favio también actor, sabía cómo manejarlos y logra composiciones
inolvidables de Walter Vidarte como el señor Fernández, entre el candor del
Manolito de Mafalda y la muda desesperación de un ánima en pena; de Graciela
Borges como la señorita Plasini (con la serena belleza de una estatua de mármol
nacida para ser contemplada pero que se agrieta cuando emite las exhortaciones
de un militar en el campo de batalla); y de Nora Cullen como la madre, tan
amplia en su rango actoral como la distancia que recorre la aguja de un
sismógrafo.
Ejemplo
de eclecticismo domesticado donde amasa la pulsión intelectual de lo mejor de
la dupla Torre Nilson-Beatriz Guido (en La
mano en la trampa, de 1961, Favio
tuvo una participación actoral) con elementos de un mundo poético en el que se
combinan cierta ingenuidad y simpleza con las fuerzas de lo siniestro, la
textura que Favio logra en El dependiente
le otorga al film un espacio radical y único dentro del panteón del cine
nacional.