17/12/12

El dependiente


El dependiente es una extraña síntesis entre la intuición y el cálculo del director y entre el poder del deseo y el fatalismo determinante de los personajes. Favio nos cuenta una historia de seres pequeños en un pueblo de provincia pequeño, encerrados en un círculo del que sólo puede escapar su cámara en el comentado travelling final.

La historia del dependiente Fernández, que trabaja hace 25 años bajo las órdenes de Don Vila en la ferretería pueblerina y cuyo único sueño es la muerte de su jefe para poder heredarlo, se combina con la de la señorita Plasini, que sale a la calle sólo para pescar a un incauto que la aleje del asfixiante encierro familiar. Se cumplirá el deseo de Fernández pero el malhadado personaje descubrirá que no habrá mayor diferencia en su vida: la señorita Plasini –ya su esposa– ejercerá el mismo tipo de opresión sobre él que ejercía don Vila. El próximo deseo a cumplir será el del aniquilamiento de la propia pareja;  una vez logrado, la ferretería –es dable suponer– quedará en manos de otra pareja que entraña vínculos de dependencia inexorables: la de la madre y el hermano retrasado mental de la señorita Plasini .

Uno de los atractivos del film es cómo su director va entretejiendo sentidos: a través del montaje como en la escena en la que una rata en busca de comida es asimilada a don Vila comiendo; o a través de los elementos de la puesta en escena como por ejemplo cuando el eterno cortejo entre Fernández y la señorita Plasini es observado desde el interior de una habitación, donde el reflejo de la mujer sobre el vidrio de una puerta alude a su condición dual, de mujer de dos caras. Un simple cartelito dentro de un encuadre general nos habla a gritos del cambio dentro de la constitución societaria de la ferretería, dándole la preeminencia a don Vila –ya muerto, pero vivo en la letra, al igual que el padre espiritista  de la señorita Plasini, que sigue ocupando un espacio en el patio de la casa familiar–, seguido por el apellido de la mujer y en última instancia, como último orejón del tarro, el de su reciente cónyuge. La canción interpretada por Palito Ortega a través de la radio, cuestiona si es amor lo que une a los personajes.  

Los alterados estados de conciencia de Fernández son expresados a través de recursos expresionistas. Los planos muy cercanos a su rostro tiñen de subjetividad todo lo que el personaje ve, así las voces suben o bajan de volumen de acuerdo al nivel de estridencia interna que rige su delicado sistema nervioso, alterado por su percepción. 

Todo lo antedicho le otorga al film un tono muy particular: un naturalismo deformado por las alternancias entre lo estático y los exabruptos de la locura contenida. Fernández puede estar plácidamente sentado en el patio de las Plasini y un gato negro caerle desde un árbol, sobresaltándolo a él y al espectador. La madre puede gritarle desaforadamente a su hija y un segundo más tarde dirigirse al cortejante con la suavidad de un ángel. 

También puede pensarse a El dependiente como un relato gótico donde la señorita Plasini es una especie de conde Drácula que captura en su castillo a una virginal doncella (el señor Fernández) y necesita de su sangre para salir a la luz, para mostrar su cara al pueblo. Pero hay un nivel ulterior de lectura en donde todo puede ser visto como una puesta en escena de la madre para asegurarse a través de estos dos personajes desangrados la supervivencia material de la extraña pareja que conforma con su hijo. Al fin y al cabo ella es la matriarca que le propone al señor Fernández  –no una, sino dos veces– que le pida la mano de su hija. 

Al ser Favio también actor, sabía cómo manejarlos y logra composiciones inolvidables de Walter Vidarte como el señor Fernández, entre el candor del Manolito de Mafalda y la muda desesperación de un ánima en pena; de Graciela Borges como la señorita Plasini (con la serena belleza de una estatua de mármol nacida para ser contemplada pero que se agrieta cuando emite las exhortaciones de un militar en el campo de batalla); y de Nora Cullen como la madre, tan amplia en su rango actoral como la distancia que recorre la aguja de un sismógrafo.

Ejemplo de eclecticismo domesticado donde amasa la pulsión intelectual de lo mejor de la dupla Torre Nilson-Beatriz Guido (en La mano en la trampa, de 1961, Favio tuvo una participación actoral) con elementos de un mundo poético en el que se combinan cierta ingenuidad y simpleza con las fuerzas de lo siniestro, la textura que Favio logra en El dependiente le otorga al film un espacio radical y único dentro del panteón del cine nacional.