Un muchacho de color acepta la propuesta de conocer a los
adinerados padres de su novia blanca. Ya durante el viaje hacia el cuidado
suburbio donde se emplaza la mansión, sufren un incidente en la ruta que
funciona como una señal de mal augurio: el muchacho es sojuzgado por un policía,
tan sólo por pertenecer a un grupo racialmente minoritario. La muchacha, de crianza en los ideales
demócratas, resuelve prestamente la situación. Sus padres lo recibirán con los
brazos abiertos; es un ámbito donde se proclama que si el presidente Obama
hubiera tenido la posibilidad de una segunda reelección, lo hubieran vuelto a
votar.
Al día siguiente, los
padres celebran una reunión donde acuden muchos de sus poderosos amigos. El
muchacho parece captar la atención de todos los presentes que, de una u otra
manera, le recuerdan las virtudes de pertenecer a la raza negra. Hasta que otro
invitado, otro joven de color que luce un tanto abombado del brazo de una mujer
que podría ser su madre -si no fuera porque su piel es blanca-, lo conmina a
que huya del lugar.
El film de Jordan Peele, cuyo primer tercio parecía una
sátira de costumbres acerca de los comportamientos políticamente correctos de
un sector de la sociedad estadounidense, - un amigo que ofrecerá ayuda telefónica
al protagonista mencionará Ojos bien
cerrados, el film de Stanley Kubrick, como referencia al ambiente farsesco
en el que se encuentra- se desliza hacia los territorios del horror con una
facilidad que nunca parece incongruente.
Lo que planteaba Las poseídas de Stepford –una nouvella de Ira Levin con dos adaptaciones
cinematográficas fallidas- en relación
al feminismo y la oposición del patriarcado a que sus ideas y conquistas
prendan a mediados de los años 70, lo hace Get
out en relación a los beneficios logrados por otra minoría y las nuevas
formas de esclavitud en una sociedad, aparentemente libre y abierta a los cambios.
Apoyado en un elenco sólido –Catherine Keener a la cabeza,
como una psicóloga avezada en hacer trabajar en su propio beneficio a
circunstanciales pacientes- y una narración abundante en suspenso, el film de
Peele se despega de la media de las producciones del género. No sería de
extrañar que en unos años Get out
ocupe un sitial de honor entre clásicos del género como El bebé de Rosemarie
(Roman Polanski, 1968) y La noche de los
muertos vivos (George A. Romero, 1968). Pergaminos no le faltan.