El nuevo film de Olivier Assayas (Carlos, Las horas del verano,
Demonlover, Clean) fue escrito especialmente para su protagonista, la siempre enigmática
y sorprendente Kristen Stewart, con quien había colaborado en El otro lado del éxito, y a la que había
llamado una de las mejores actrices de su generación. Semejante afirmación no
es descaminada para la estrella de la saga Crepúsculo;
ya de muy niña, tras actuar en La
habitación del pánico, Jodie Foster la había apadrinado (como lo hiciera en
su ocasión De Niro con Di Caprio).
Otro gran director, nada menos que Woody Allen, se encargó
de inscribir a la Stewart en el árbol genealógico hollywoodense de las mujeres
duras, con fuertes componentes tradicionalmente asociados con lo masculino:
hablamos de una Barbara Stanwyck, una Joan Crawford, una Bette Davis. Tal
operación ocurrió en Café Society, y Kristen
supo llevar con orgullo la percha para semejantes hombreras.
En esta ocasión encarna a Maureen Stewart, la asistente de
una celebridad a la que apenas se ve en pantalla, encargada de retirar el vestuario
que la otra va a utilizar de las tiendas más cotizadas de París y Londres, bajo
la condición que jamás se lo pruebe ella. Muy eficientemente, Maureen realiza
estas operaciones en modo robot, ya que se halla totalmente habitada por la
muerte de su gemelo, que la tiene en espera de una señal. Ambos hermanos
compartían cualidades de médiums y este es un film que apuesta fuertemente por
los fantasmas, ya sea mediantes chats de wasap,
novios que se manifiestan a través de Skype, o señoras enojadas que se expresan
ruidosamente en mansiones desoladas.
Quienes esperen una historia fuerte con efectos especiales
desbordantes y golpes de efecto… mejor se encaminan hacia otro cine. Éste es un
film de atmósferas –es decir, distintos estados climáticos-, con una trama muy
débil, con una interpretación realmente sutil de esta actriz formidable, capaz
de transformar un duelo traumático en una travesía siniestra hacia lo más
profundo de sí misma. Se topará con dobles incandescentes, erupciones
protoplasmáticas, homicidas desesperanzados… Todo ello, quizás no más que una
proyección de un yo tratando de hacer pie en un terreno cenagoso donde la otra
mitad de su identidad se ha esfumado en el insondable misterio de la muerte.