Cuidado con el hombre que dice que sabe. Cuando
buscan una autoridad que los conduzca a la espiritualidad, se obligan ustedes
automáticamente a crear una organización alrededor de esa autoridad. Por la
creación misma de la organización... quedan atrapados en una jaula.
Jiddu Krishnamurti
The master nos propone una mirada opaca, propia de los films
de la modernidad, sobre el vínculo entre maestro y discípulo cuando el afecto
se ve involucrado. Paul Thomas Anderson, más moderado que en Juegos de placer (Boogie Nights, 1997) y Magnolia (1999), no sólo en su puesta en escena
sino también en la amplitud del rango narrativo, se dedica a plasmar una
cercanía entre dos hombres que metaforiza uno de los temas que lo obsesionan:
la relación padre-hijo, fundamento también de Petróleo sangriento (There
Will Be Blood, 2007).
Aquí se trata de Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un
veterano de la Segunda Guerra Mundial, hijo de un padre ya fallecido que le ha
legado su alcoholismo, y de una madre psicótica encerrada en un manicomio de la
que ha heredado cierta inadaptación a la realidad. Su objetivo en la vida es
poder relacionarse con una mujer a la que pueda seducir y que lo satisfaga
sexualmente. Tal objetivo no se cumplirá sin antes pasar por el tamiz de
Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el fundador y referente de un culto
terapéutico que adoptará a Freddie como si fuera su mascota. En determinado
momento, Lancaster explicará su programa para con Freddie (y los miembros de su
culto) al referir en una anécdota el enfrentamiento con un dragón, al que
doblega y después le pone una cadena para poder salir a pasear con él.
La primera fase del tratamiento parte del
establecimiento casi instantáneo de un lazo entre ellos. «Creo conocerte de
antes» le dice Lancaster a Freddie, como un enamorado le diría al objeto de su
afecto. Ese lazo permite
un intercambio. El maestro aporta una terapia basada en el hipnotismo que hace aflorar los traumas que
aquejan a su paciente; el discípulo aporta una devoción a toda prueba como si
fuera un soldado de Il Duce, saliendo
a defender a su maestro de acusaciones de charlatanería y estafas varias. No es
algo que el discípulo pueda racionalizar, le brota como un magma pese a varias
señales advertencia, una de ellas provenientes del mismo hijo de Lancaster, que
le dice que lo que su padre no sabe lo inventa, ganándose una reprimenda del «camisa
negra».
En la segunda fase ya interviene Peggy (Amy Adams),
la esposa de Lancaster[v2] , su mayor influencia. Gran parte del film se pasea
embarazada (quintaesencia de lo materno) y es quien se encarga de mantener
férreos los lineamientos del culto y quien se propone limar las asperezas de
Freddie para que se transforme en un miembro productivo dentro de la
organización (es decir, que abandone su alcoholismo, una de las cosas que lo
acercaron a Dodd). Aquí viene la etapa de domesticación, escenificada en varias
secuencias ensambladas entre sí, donde Freddie debe palpar una pared y una
ventana hasta que perciba que son otra cosa; ser parte de un diálogo con el
yerno de Lancaster en el que no puede permitirse reaccionar; escuchar
obscenidades sin pausa de boca de Peggy como testigo mudo, etc. Pero se produce
una fisura en el lazo: Lancaster ha traicionado la confianza de su discípulo al
darle a su yerno información artera sobre el pasado de Freddie.
Una cosa es servir bajo el hechizo amoroso; otra,
para el sostenimiento de una organización. Ante semejante presión, Freddie
parte en busca de la resolución de una historia pendiente con una joven novia,
historia que lo atormentaba y que el tratamiento del maestro habría expuesto a
la conciencia.
Pasados los años, a través de un sueño, Freddie
recibe en un cine un llamado telefónico de Lancaster que se encuentra en
Inglaterra, en una de las «sucursales» del culto. La organización ha crecido y
así lo prueba el magnánimo ámbito donde vuelven a verse. Pero no están solos,
en la oscuridad acecha Peggy, que le reprocha al marinero que no haya
abandonado su pasión por el alcohol. Freddy busca la cercanía y la bendición de
su maestro, quien siéndole fiel le dice que ya no hay lugar para él en la
organización porque él se resiste a servirla. Pero, traicionando aquel lazo que
los uniera, exhibe sus deseos de que permanezca, de poseerlo (magistral
interpretación de Seymour Hoffman cuando entona «On A Slow Boat To China» con tonos que van de lo juguetón a lo
ominoso). El director plasma esto con una acertada puesta en escena: Freddie
forma parte de un encuadre en claroscuro, con una pequeña estatuilla que
representa un timonel sobre el escritorio que lo separa del maestro; Lancaster
está del lado de la
luz que proviene de un enorme ventanal atravesado por barrotes que parecen
encerrarlo. Freddie tiene que superar ese encuentro para darse
cuenta de que es él quien maneja su propia vida y de que el maestro ha
antepuesto el poder que le otorga la estructura que ha construido por encima
del afecto que los ligaba. Al escuchar la estúpida e inventiva revelación
acerca del lugar donde se habían conocido, se produce la segunda partida de
Freddie.
En un pub encuentra una mujer a la que logra seducir
manteniendo su atención con las herramientas que aprendió del maestro.
Personajes complementarios, Freddie y Dodd mantienen
lazos de sujeción que los emparentan a los que mantenían Próspero y Calibán en La tempestad de Shakespeare. Uno es el que
arma la puesta en escena, la mente, el demiurgo. (Lancaster lo invita al
casamiento de su hija. Ingresan al encuadre como si fueran una pareja de
novios, saludados por los asistentes). El otro, su prolongación física. (Sin
que medie diálogo entre ellos, Freddie ajusta a golpes la bocota de un
interrogador que previamente había arruinado una reunión donde Lancaster se
lucía). A medida que el film se desarrolla veremos que lo que puede rescatar a
Freddie es su raciocinio -la reflexión sobre las conductas del encantador de
serpientes que lo tiene embaucado- y lo que puede perder al maestro son los exabruptos, los
estallidos de ira que cuartean la superficie del imperio que está construyendo.
En este sentido, es clara la escena donde una aventajada discípula -la maleable
Laura Dern, con sus expresiones faciales siempre dispuestas al grotesco- le
hace una pregunta sobre su nuevo libro y el maestro la aterra con una reacción
intempestiva. Sin embargo hay mucho que aprender del maestro y Freddie lo
intuye, deseando fuertemente apropiarse del hechizo que el sabio irradia hacia
las mujeres (fantasía en la que Dodd entona una canción y todas
las mujeres del salón están desnudas para él). Por otro lado, el afecto entre
ellos es genuino, es el abono que permite que Freddie resuelva su historia con
Doris, es lo que permite que Dodd desoiga la trama conspirativa de sus
familiares, que no pueden encasillar al marinero y no lo pueden transformar en
un instrumento funcional para el culto.
Las influencias de las que se nutre Paul Thomas
Anderson para conformar su film abarcan un amplio espectro: los contenidos del
film lo acercan al territorio explorado por el maestro John Huston en Let There Be Light (1946), Los inadaptados (The Misfits, 1961), Freud (1962),
La noche de la iguana (The Night of the Iguana, 1964), Reflections in a Golden Eye (1967), Fat city (1972), Wise Blood (1979), con su ojo afinado para explorar las noches
oscuras del alma de diversos personajes; la puesta en escena de tonalidades
épicas para un drama intimista nos trae el recuerdo de Stanley Kubrick y su uso
del gran angular en La naranja mecánica
(A Clockwork Orange, 1971); las
posiciones de cámara altas y bajas a Orson Welles en El ciudadano (Citizen Kane,
1941); la elección de Bernardo Bertolucci en La luna (1979) para dramatizar una escena en que una madre masturba
a su hijo en un baño, es reproducida aquí cuando Peggy masturba a Lancaster.
El estilo actoral de la composición de Joaquín
Phoenix nos remite tanto al primer Marlon Brando por su fisicidad como al Lon
Chaney de El jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, Wallace
Worsley, 1923) por su expresividad, y el de Philliph Seymour Hoffman es una
obvia parodia de la interpretación que realizara Orson Welles del personaje de
Charles Foster Kane. En varias ocasiones, la música compuesta por Jonny
Greenwood expone la conflictiva interioridad de la mente de Freddie y las
canciones funcionan como anclajes del sentido del film. Valga como ejemplo la
canción «Changing Partners»
interpretada por Helen Forrest durante los títulos de cierre del film, donde se
da a entender que la vida es como un baile y uno de los miembros se la pasará
cambiando de pareja hasta volver a reencontrarse con su amado (esto después de que
Freddie ha abandonado a Dodd y se ha encontrado a la mujer en el pub).
Film desconcertante para muchos, pero de efecto
hipnótico por quienes se abran a su propuesta, The Master no hace concesiones con su audiencia y es un escalón más
en la obra de uno de los directores más talentosos del cine estadounidense que,
si bien todavía no ha alcanzado la altura de los anteriormente mencionados, navega,
sin lugar a dudas, en ese rumbo.