8/5/10

Carancho

Carancho es un film excesivo que impone un cierto calvario al espectador. Su realismo sucio nos sumerge en el mundo de los abogados que se alimentan de la necesidad de la gente desprotegida en sus momentos más vulnerables, cuando son víctimas de un accidente de tránsito, y en el de las ambulancias y hospitales que los recogen y asisten. Si además decimos que la acción transcurre en la provincia de Buenos Aires y el conductor es Pablo Trapero, sabemos que nos van a operar sin anestesia.
Trapero es un director joven con largometrajes interesantes. Carancho lo es como lo fueron El bonaerense (2002) y Nacido y criado (2006), donde el realismo que trabaja aparece más mediatizado. No parece así en Mundo grúa (1999) y Familia rodante (2004) que, si bien no dejan de ser buenas películas, exploran una veta neorrealista que a mí no me resulta muy atractiva.
Al igual que en Leonera (2008), Trapero y sus guionistas parecen haber investigado bien el medio ambiente en el que se mueven sus personajes. El realismo se ensucia mostrando con lupa ciertas situaciones (el funcionamiento de los hospitales ante una emergencia, la forma de trabajar de ciertas organizaciones delictivas) y escamoteando otras cuestiones (por qué se inyecta calmantes -¿es morfina?- la doctora o por qué le quitaron la matrícula al personaje de Sosa). Formalmente, el film exhibe rasgos que lo inscriben en el film noir -personajes condenados a la destrucción, corrupción en todos los niveles, ambientes urbanos nocturnos- y una fotografía que resalta y oculta a través de planos muy cercanos, lo que torna asfixiante la experiencia. Hay profusa exhibición de cuerpos ensangrentados y -al mismo tiempo- detalles que no pueden ser bien captados por el espectador (la marca en el omóplato de la doctora).
Técnicamente el film es irreprochable. Los protagonistas adquieren la carnadura de sus actores; nuestro Ricardo Darín está superlativo en un personaje que no es simpático a primera vista. Y Martina Gusmán logra una composición tan creible como depresiva. Ahora... una vez que Carancho concluye no queda mucho para el espectador, lo que es una de las trampas del enfoque realista. Todo está ahí servido, y lo que no está tampoco importa demasiado. Uno quiere alejarse de ese universo agobiante retratado hasta la saciedad por tanto noticiero televisivo.