Comedia de reconciliación mexicana muy lograda en su observación de conductas y prejuicios propios de la clase media, el film de Mariana Chenillo logra emocionar sin golpes bajos. Una mujer con largo historial de desequilibrios mentales finalmente logra su meta de suicidarse tras ingerir tres frascos de pastillas. El acto en sí no es gratuito porque detrás de tanta meticulosidad hay un plan: reunir a una familia que se hallaba dispersa, reencontrarse con los amigos y reubicar a la religión en su justa dimensión, la de lograr la comunión de espíritus más allá de las trabas que plantea como institución.
El tema de la muerte es propio de la cultura mexicana. En Bajo el volcán (1984) John Huston lograba una buena aproximación a esa cuestión con ojos extranjeros. También lo hizo en La noche de la iguana (1962), aunque de forma más tangencial. México parece el lugar ideal para acostumbrarse a la cercanía de la muerte para quienes tienen una espiritualidad turbulenta, como los dos alcohólicos protagonistas de esas películas, un consul inglés en su ocaso y un sacerdote tironeado por los impulsos de la carne. Los mexicanos festejan la muerte y se regocijan ante ella. Le dan un lugar que desdramatiza su tragicidad, como la actitud de las nietitas ante el cadáver de su abuela, que reposa en una tinaja cubierta de hielo seco a la espera de que se pase la festividad del Pesaj para poder ser enterrada.
La actitud de Nora saca a relucir los muertos que se esconden en cada familia. El marido -separado desde hace mucho- pero que nunca ha perdido el vínculo con su ex mujer, que debe hacerse cargo de la cuestión cargado de resentimiento por las crisis matrimoniales que nunca cicatrizaron bien. El hijo que, ante un padre hostil y depresivo, se refugia bajo el paraguas de un suegro portentoso económicamente que dispone sobre su vida más de lo debido. La nuera apegada a las formas y a lo que se debe hacer. La prima que conoce el lugar donde la finada guarda la llave de sus secretos. La mucama, que conoce los gustos de su señora y sabe nutrir ala familia como a ella le gustaba. El médico de la familia, mucho más que un médico y un amigo... Un rabino y un aprendiz de rabino, uno poco comprensivo y el otro pura apertura...
La película es modesta y equilibrada. No se permite excesos. Siempre es respetuosa. Su puesta en escena es modosa y sensible. No es poca cosa y fue reconocida con varios premios internacionales, entre ellos el premio al mejor film del pasado Festival de Mar del Plata.