No
es fácil determinar a qué género cinematográfico pertenece el nuevo film de Bong
Joon Ho (Memorias de un asesino, The Host, Madre, Snowpiercer,
Okja), que se desliza de la comedia a la tragedia y de la sorpresa al
horror en un suspiro, y mediante la metáfora muestra en forma ágil, divertida y
amoral la situación socioeconómica de su país. Tamaña maestría lo hizo
merecedor de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes, la primera que
gana Corea del Sur, que ahora está orillando también su primer Oscar a la mejor
película extranjera.
El
film cuenta la historia de dos familias ligadas por las inequidades del sistema
neoliberal a través de la simulación, la pretensión, la necesidad laboral y lo
políticamente correcto. La familia pobre de Ki-taek (Song Kang-ho, el actor
fetiche del realizador Joon Ho, toda una
estrella en su país) invadirá la vivienda del nuevo rico Mr. Park, como las
cucarachas suelen invadir su modesta vivienda, casi un resumidero en el que
sobrevive con su esposa y sus dos hijos. Mediante estratagemas agudamente
concebidas, conseguirán desplazar a otros necesitados de su puesto en la opulenta
casona en la cresta de una colina y los ocuparán sin remordimientos de
conciencia. Para ellos, caídos del wifi, la solidaridad de clase no existe.
Mr.
Park -un ejecutivo de la tecnología con todos los aditamentos que la
globalización favorece para los pudientes- sólo exige con modales suaves y voz
aterciopelada que no se trasgredan ciertas fronteras, que tienen que ver con
que cada uno sepa cuál es su papel en la comedia de las relaciones sociales. Lo
que no puede evitar Mr. Park, pese a sus mañas en el arte de lo correcto
políticamente, es que su instinto reaccione con repugnancia hacia “lo otro”, “aquello
que no soy yo” como el niño reacciona ante la nata de la leche. La figura de lo
abyecto se desprende del olor de la ropa de los pobres. El olfato de Mr. Parks
lo asemeja al olor que desprende un trapo hervido.
Pero
el niño Park, quizás como una reacción alérgica hacia sus padres, tan
adoradores de lo estadounidense, gusta de llevar un disfraz de piel roja, otra
cultura oprimida. También lleva sobre sus espalditas el haber visto un
fantasma, lo que le ha provocado un trauma a ser tratado con terapia de arte (pinta
autorretratos abstractos que el joven pobre interpreta como representando a un
chimpancé).
En
determinado momento, ese fantasma se corporiza en alguien dispuesto a reverenciar
acríticamente a quien sin saberlo le da cobijo y lo alimenta, mostrando una escisión
entre los pobres, entre aquellos que tienen conciencia de los lugares que se
deben ocupar en la escala social como le gustaría al poderoso y aquellos que los
trasgreden por la presión de décadas de frustraciones y desilusiones, como el
personaje de Burning, otro film coreano reciente.
Las
disputas entre los pobres se dirimirán entre videos en celulares y un tackle
magistral, que sumergirá al competidor en la más turbia de las oscuridades, con
jugadas más dignas de un vodevil como La pulga en la oreja o una farsa jacobina
como Volpone. El humor satírico no se agota en la reducción a animales e
insectos de los distintos personajes; el director Joon Ho fue sociólogo antes de
dedicarse al cine. Sin ser un moralista, tiene como objetivos la división de
clases, la disfunción social y la unidad familar.
Para
la familia pobre, verdaderos claveles del aire que se sostienen de donde
pueden, la tradición tiene la forma de una piedra antigua legada que servirá
para partir la cabeza menos esperada; lo mismo sucederá con el hachita con la
que juega el niño rico a ser un aborigen. Ante la emergencia del fantasma a
plena luz del día, se hará evidente que esa mansión se erige en base a la invisibilidad
de una mayoría. El instinto de Mr. Park supurará y la catarsis de aquellos que
no tienen un plan que los ampare de los designios de la cara más voraz del
Capitalismo teñirá de rojo la historia de las dos familias.
Pasado
un tiempo, un nuevo fantasma se hará de un lugar en medio de una familia
alemana, mientras un hijo fantasea que alguna vez puede llegar a ser millonario
y tendrá las llaves de la libertad que el presente le niega. El espectador duda
de que consiga su objetivo; la desigualdad no tiene fronteras.