Dos hermanos cometen un
robo. En la fuga posterior, uno de ellos –que padece de un cierto retraso
mental- es detenido por la policía. El que ha quedado en libertad, hará lo
imposible a lo largo de una noche para reunir el dinero necesario que permita pagar
la fianza y conseguir que un juez le otorgue la excarcelación.
Good
time
lleva la firma de los hermanos Benny
Safdie y Josh Safdie, con el primero de ellos interpretando al muchacho
capturado. El otro lleva la máscara de Robert Pattinson, el otrora galán de la
saga Crepúsculo, devenido en gran
actor tras su participación en este film. Su fuerte presencia, el aire alucinado
de sus ojos, la ansiedad fuera de foco que trasunta, su capacidad de
improvisación, nos recordaron al joven Al Pacino, el de Pánico en el parque (1971) y
Tarde de perros (1975).
Connie, tal el nombre del
personaje, es un manipulador que crea libretos ante cada persona con la que se
encuentra con tal de obtener sus fines. En ese sentido, la participación de Jennifer
Jason Leigh –siempre contundente- como su novia madura, una mujer inestable
emocionalmente muy dependiente de la tarjeta de crédito de su madre, funciona
como ejemplo. Ducho en el arte de persuadir, Connie comete abusos inenarrables
con personajes de color; uno llega a sospechar que le encanta lastimar a los
vulnerables, sea una abuela, una joven muchacha de color o a su propio
hermano.
Film de género, la
diferencia con tantos otros policiales radica en la realización, que dota el
relato de un ritmo febril a través del montaje, con encuadres de planos muy
cercanos que impiden ver el contexto, creando una sensación de asfixia en el
espectador. Una Nueva York con muchas luces de neón y colores flúo, y una
música electrónica reminiscente de las bandas de sonido de mucha película de
los años 80, son también protagonistas.
Por su parte, Beach Rats sigue la deriva de Frankie
(Harris Dickinson), un muchacho de unos 18 años que gusta de pasar el tiempo
con sus amigos de un vecindario pobre de Brooklyn, entre drogas, caminatas por
la playa y fumatas conjuntas. El conflicto se desata cuando, por presiones
sociales, el joven debe ocultar que se siente atraído por hombres maduros, a
los que contacta a través de chats, y con los que se encuentra por las noches.
Una especie de Belle de Jour, Frankie de día parrandea
con sus compinches heterosexuales y hasta simular sentirse atraído por una
muchacha, a la que utiliza como pantalla, confundiéndose y desconcertándola con
algunas de sus actitudes. El drama estalla cuando busca reunir los aspectos de su vida disociada, empalmando la
búsqueda de drogas de sus amigos con su propio deseo.
El film no juzga ni condena.
A la manera de un documental, nos muestra las costumbres de estos muchachos de
un sector socioeconómico bajo para los que el futuro es una línea plana, el
contexto familiar –Frankie vive con su madre y hermanita, su padre
languideciendo por un cáncer- y el caldo
de cultivo de la homofobia que impide que el muchacho se libere de sus
constricciones y viva de acuerdo a lo que siente. El temor al rechazo de sus
familiares y, por encima de todo, de sus amigos, lo lleva a escenificar un
tinglado donde el chivo expiatorio será aquel que se permite exhibir lo que él
no puede.
La directora Eliza Hittman
no persigue el sentimentalismo, sí el trazado de caminos y conductas. Explora
los cuerpos de estos jóvenes con delectación pero, al mismo tiempo, distancia.
Y consigue un retrato sombrío de lo que sucede cuando la homofobia se ha apoderado
del propio ADN.