2/3/12

Hugo


El nuevo film de Martin Scorsese se adentra más en territorios propios de Steven Spielberg que en los del afamado director neoyorquino. Historia de un huérfano que trata de sobrellevar el duelo por la pérdida del padre tratando de restaurar la imagen de uno de los padres del cine, nada menos que Georges Melies, se acerca en la obra de Scorsese a aquella zona influenciada por Luchino Visconti, la de La edad de la inocencia (1992), en lo que hace a la puntillosidad de la reconstrucción de época. Pero ni en ese film ni en el resto de la filmografía de Scorsese la puesta en escena se imponía a lo que tenía que contar, diluyendo el conflicto. Por el contrario, los elementos de la puesta en escena contribuían a subrayar la faceta realista del realizador, a ambientar suntuosamente sus historias realzándolas. Aún en Taxi Driver, pese a los recursos expresionistas para expresar la mirada paranoica de su protagonista, el basamento era la Nueva York de la época; el film se había filmado en sus calles, registraba a sus transeúntes y sus costumbres. Jamás debe olvidarse que en la obra de Scorsese coexisten el impulso ficcional con el documental.

Aquí Scorsese se adentra en los terrenos de la fantasía, aquellos que el maestro Melies abonó para el cine, contraponiéndose al realismo documental de los Lumiere, del que también se deja constancia. El problema es que el guión no lo acompaña: hubiera necesitado una poda y mayor capacidad de síntesis. Muchos minutos -largos, tediosos- dedicados a establecer la relación entre Hugo (maravilloso Asa Butterfield) y otra huérfana, Isabelle (Chloë Grace Moretz, responsable de una de las peores actuaciones que uno recuerde en un film del italonorteamericano); en esos segmentos la narración se vuelve monótona y artrítica, por no decir reiterativa. Es como que el ritmo del director sufriera una pausa porque el film tiene como destinatarios a los niños y se dedicara a silabear en lugar de armar frases. En esos momentos no alcanza con recorrer la pantalla deleitándose con los detalles de puesta en escena: ¿cuántas veces podemos ver a Hugo corriendo por los pasillos internos del reloj en el que se guarece u observamos los mecanismos del mismo desde todas las angulaciones posibles? Es en esos momentos en que los mecanismos del film -un film dedicado a las máquinas y a su reparación- se hacen evidentes. Para recordarnos cuál era el conflicto Hugo retoma  hacia el final la voz en off de Isabelle que anuda todos los cabos sueltos, reiterando lo que la imagen ya se encargó de mostrar.

El amor al cine y su historia son palpables en el film a través de los reiterados homenajes: no sólo son citados los Lumiere y Meliés, también aparecen Harold Lloyd y Hitchcock (The lodger aparece en la escena en que Isabelle se ve atropellada por la multitud y ella observa sus pisadas como a través de un vidrio), Kubrick (la composición del Inspector de la estación -Sacha Baron Cohen- recuerda al doctor Insólito y al guardia “mecánico” de la cárcel de La naranja mecánica, también al Inspector Closeau diseñado por Peter Sellers), etc.. Pero ese amor al cine se vuelve tedioso cuando se hace notorio que se nos está dando una lección, encima una lección silabeada para niños acerca de la necesidad de preservar el material fílmico y el rescate del que se ha perdido. También se cuela por ahí un aire a la espantosa Amelie (Jean-Pierre Jeunet,2001), no sé si devenido de los reiterados primeros planos del protagonista y sus enormes ojos asombrados -pese a que es un voyeur que observa todo desde lo alto de su escondite- o de la musiquita con aroma francés. No es el París de Irma la dulce (Billy Wilder, 1962) ni el de Un americano en París (Vincente Minnelli, 1950), es el París sintético de Amelie el que se representa en ese microcosmos de la estación.

En lo que destaca Hugo es en el uso del 3D, superando en corporalidad y profundidad de campo a lo logrado por James Cameron en Avatar. Los copos de nieve o las chispitas que brotan de ambos lados de la pantalla en la reproducción de una filmación de una fantasía de Melies fascinan por su realismo. No estamos ante el espantoso mercado persa que fue la Alicia de Tim Burton, plena de chirimbolitos colgantes; aquí todo se justifica.

Y párrafo aparte merece la interpretación de Ben Kingsley como Melies. Con tamaño actor Scorsese se las arregla para darle cohesión al último tercio del film y provocar cierta emoción.

Dudo como muchos afirman que Hugo sea un clásico como ya lo es ET el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982): será una curiosa nota al pie dentro de la obra de uno de los mayores realizadores estadounidenses, que ya dio lo mejor de sí en las primeras dos décadas de su carrera.