Leyendo las críticas de los diarios uno creería que Los pequeños Focker era una especie de catástrofe de la que convendría mantenerse alejado, so pena de ser salpicado. La historia de la tensa relación entre Greg Focker (Ben Stiller) y su suegro Jack (Robert De Niro) sirve como basamento para un poco más de lo mismo: humor escatológico, apariciones estelares (otra vez están Barbra Streisand y Dustin Hoffman como los padres de Greg), niñitos traviesos, ver a grandes actores haciendo el ridículo. Y de eso se trata, de un film industrial que ha costado 100 millones de dólares y que en menos de dos semanas los ha recuperado (tan sólo en los Estados Unidos). ¿No tienen derecho De Niro, Stiller y compañía a seguir pagando las universidades de sus hijos y nietos por varias generaciones?
Así y todo el film brinda generosas carcajadas, yo mismo lo he podido comprobar en la platea (hasta hubo un aplauso final). Tampoco luce descuidado: hay un guión, está bien trabajado, los actores se lucen, cada uno tiene más de un momento de destaque.
Lo más atractivo de la serie Fockers radica en reírse rabelesianamente de temas como la muerte (la urna con las cenizas de la madre de De Niro en el primer film), el cuerpo que decae, la edad y cómo se sobrelleva. Es agradable ver cómo el reseco y estructurado personaje de De Niro -un ex agente de la CIA- se revitaliza y reverdece laureles con su esposa a través de lo que recibe de la familia de su yerno, ya sea la nueva pastillita de acción eréctil o los consejos televisivos de Ross Focker. El regreso del personaje de Owen Wilson permite varias situaciones cómicas, así como la llegada de la fresca y radiante Jessica Alba que, con los enredos que genera, permite que la tensión entre suegro y yerno alcance su punto máximo.
Mientras tanto, no sólo los niños del film crecen. Los pequeños Fockers nos ofrece la oportunidad de ver cómo envejecen actores muy queridos y ayudarnos a pensar que con cierta flexibilidad y un poco de ridículo las miserias de la vejez se sobrellevan mejor.