2012 tiene muy bien justificado su éxito en las taquillas porque es un film que hace justicia a lo que mejor sabe hacer Hollywood, esto es, brindar espectáculo. A nadie le importan las inverosimilitudes de la trama: sólo importa que nuestro héroe Jackson Curtis (nuestro querido John Cusack) llegue a destino sin que se le caiga el peluquín, cualquiera sea la peripecia que la historia le depare, atravesando terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis y todo tipo de catástrofe natural que se le ponga delante.
Roland Emmerich es un director alemán afincado en Hollywood, en el Hollywood de Cecil B. de Mille (Los diez mandamientos) y Steven Spielberg, más cercano a lo pedestre del primero que a la magia del segundo. Ha hecho su nombre, y su fortuna, con títulos como Día de la independencia y El día después de mañana. No hay alardes estéticos en esos films, sino la puesta al día de las maravillas que lo digital puede lograr en el terreno de los efectos especiales. Estamos lejos de las emociones que los grandes ejemplos del cine catástrofe solían deparar. La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972) supo ganarse 9 nominaciones para el Oscar de su año, y eso no sólo tenía que ver con la brillantez de sus efectos especiales, sino con una historia bien construida (un transatlántico da una vuelta de campana por acción de una gran ola derivada de un maremoto la noche de Año Nuevo ) en base a personajes a los que llegábamos a conocer y a querer y cuya suerte nos importaba, amén que estaban interpretados por grandes estrellas del cine (Gene Hackman, la notable Shelley Winters, Ernest Borgnine, etc.). Aeropuerto (George Seaton, 1970), que estuvo más de un año en exhibición en Buenos Aires, invertía tres tercios de su metraje en establecer las distintas historias y personajes antes que una bomba explotara en un avión conducido por Dean Martin y Burt Lancaster, con Jacqueline Bisset como azafata. Infierno en la torre (John Guillermin, 1974) tenía a Paul Newman, Steve McQueen, William Holden, Faye Dunaway, Fred Astaire y a la recientemente difunta Jennifer Jones, rostizándose a fuego lento en el piso 134 de un edificio recién inaugurado. Terremoto (Mark Robson, 1974) tenía bailando el samba a nada menos que a Charlton Heston, Ava Gardner y a un elenco de notables segundones.
Aquí sólo John Cusack y Danny Glover y Amanda Peet y Chiwetel Ejiofor, ninguno una superestrella. ¡Con lo que nos hubiera gustado ver ahogarse abrazados en una cloaca de Nueva York a Brad y Angelina! Aquí la superestrella son los efectos especiales: la secuencia del terremoto de Los Ángeles deja boquiabierto al más escéptico, así como la huida de una avioneta mientras la pista sobre la que levanta vuelo se va rajando y desmoronando. La historia es sumamente esquemática y los personajes están apenas delineados, por lo que no le importan demasiado a nadie. Pero el film es entretenido y avanza sin escollos. Su extenso metraje no se siente. Y nos brinda un espectáculo que sólo el cine (o nuestra imaginación) puede brindar, dando rienda suelta a todas nuestras pulsiones destructivas, entreteniéndonos sin pausa viendo las catástrofes que sufren otros. Y semejante catarsis bien vale el precio de una entrada de cine.