Estas reflexiones sobre Ojos bien cerrados (1999), fueron escritas a poco de la muerte de Stanley Kubrick, mi director favorito, en el seno de un curso que dicté sobre él:
Dentro de la filmografia de Stanley Kubrick este film postrero parece ser el más cercano a sus intereses. No sólo está uno de sus autores favoritos —Arthur Schnitzler es el autor de la novela que le sirve de base- sino que también está presente el espíritu de uno de sus directores predilectos, Max Ophüls, que abrevó en la obra del escritor en dos de sus más famosos films: La ronda y El placer. El recorrido del héroe de Ojos bien cerrados está adherezado por los elementos de estilo que ya hemos visto en otros films del director: una frontera intangible entre el realismo y el surrealismo, entre la vigilia y los sueños que lo sitúa en esa zona de su filmografía conformada por Lolita y Dr. Insólito.
Lolita se iniciaba con un viaje — la imagen de un auto se hundía en una ruta- que tenía la cualidad imprecisa y onírica de lo surrealista. El humor del personaje de Quilty, más matizado en este film, preside las repeticiones y asociaciones casuales que van entretejiendo el relato: la frase "¿Quieres ir adonde termina el arco iris?", pronunciada por una de las muchachas que pugnan por seducir al dr. Hartford (Tom Cruise) en la fiesta de Ziegler (Sidney Pollack) encuentra su correlato en la tienda "Rainbow fashions", donde se da una cierta situación de pedofilia, lo que vincula el film directamente con Lolita y con El mago de Oz, donde Dorothy, la protagonista, realiza un largo periplo por un mundo onírico para terminar dándose cuenta que no había lugar como el hogar, algo similar a lo que descubrirá el doctor. Otras asociaciones: tras asistir como voyeur a una orgía, el dr. Hartford regresa a su departamento y descubre que su mujer (Nicole Kidman) estaba soñando con ser la protagonista de una orgía. Buscando el paradero de un amigo pianista que ha desaparecido un poco misteriosamente, el Dr. Hartford inventa que debe darle unos análisis que son importantes para su salud. En una escena posterior, se entera que una prostituta con la que casi tiene relaciones sexuales ha recibido unos análisis que le confirman que es HIV positiva.
Por otro lado, esta insólita comedia romántica revela un lado moral. El tema es la fidelidad, y todo lo que pueda ponerla en peligro aparece como peligro mortal para el protagonista. Esto lo podemos ver a través de tres secuencias que insertan al personaje dentro de un amplio friso social. La primera es la del baile en la casa de Ziegler, donde debe socorrer a una prostituta con la que éste —un hombre casado- ha tenido relaciones. La muchacha es víctima de una sobredosis que pone en peligro su vida (alguien siempre pierde en el adulterio). La segunda es la de la orgía a la que concurre a espaldas de su mujer, donde Hartford es descubierto como un infiltrado en ese medio y es obligado a desenmascararse. De poco le sirve ahí su identidad como doctor y su dinero: sus contrincantes son infinitamente más poderosos y pueden darse el gusto de jugar con él (como lo hará Ziegler ante la mesa de billar más tarde). El castigo podría haber sido peor (aunque siempre penderá una amenaza mortal sobre él y los suyos) si una dama misteriosa no ofrendaba su vida a cambio de la suya (¿Amanda Curran le agradece de esta manera el haberle salvado la vida cuando lo de la sobredosis? ¿La vida de Amanda no tiene valor en ese mundo de imágenes descartables y decide "suicidarse" de manera altruista, ayudando a otro que tiene lo que ella no tiene, es decir, una familia? No conocemos las motivaciones de Amanda y las causas de su muerte quedan bajo un manto de confusión). En la tercer secuencia, la final de la película, el dr. Hartford ya se ha confesado ante su mujer (aunque no se nos muestra qué le confiesa) y, tan desorientado como siempre, le pregunta qué deben hacer. Se hallan en una gigantesca juguetería, rodeados de juguetes —oso y tigres, uno de ellos nos recuerda al que tenía la prostituta Dominó sobre la cama- en serie (al igual que se hallaban rodeados de personas que parecían imágenes en la fiesta —"no veo ni un alma" había dicho él-, o rodeado de máscaras en la orgía) y ella le dice que en ese mundo lleno de peligros han sobrevivido y que el mejor tesoro que poseen es el de su intimidad, con sus pro y sus contra, pero es lo que tienen. Y ahora que el está despierto —uno como espectador duda que lo esté ya que todo debe preguntárselo a ella- deben dedicarse a hacer lo que él buscó fuera del matrimonio: coger.
¿Qué sucederá con ellos? Una pista nos la puede dar el uso que Kubrick le da al vals de Shostakovich. Aparece en tres momentos del film: durante las imágenes iniciales, que dan idea de cotidianeidad matrimonial (el dr. Hartford apaga el equipo de audio del que brota el sonido, o sea que era sonido ambiente). La segunda vez, siguiendo la rutina laboral del doctor atendiendo en su consultorio y de Alice atendiendo a su hija en casa (aquí es como "musicalización", viene como tocado por el "narrador Kubrick"). La última vez es como fondo de los títulos finales del film, después de la escena en la juguetería. Si en las dos primeras ocasiones se connotó a esa música con sentidos que tienen que ver con lo rutinario, el más allá de la historia de este matrimonio podría apegarse a las mismas connotaciones, más si se ve en su recurrir a ella como un cierre de tipo cíclico. Bill y Alice seguirán juntos, pero rodando como en un vals, haciendo círculos sobre lo mismo... (Una lectura más positiva conectaría el tema del vals con La ronda de Ophüls y la función que se le asigna allí: el vals es necesario para que siga la ronda del amor).
Escuchá el Vals Nro. 2 de Dmitri Shostakovich
Es obvio que el concepto de lo que es el amor es harto complejo en Kubrick, y aparece descarnadamente desprovisto de los azúcares con que suele bañárselo. No se lo puede pensar como algo que se da de una vez y "para siempre", como le gustaría al acomodaticio dr. Hartford (y a las niñas y al Jack Torrance de El resplandor, que pronunciaban la misma frase y que ya estaban del lado de lo muerto y lo congelado en el tiempo) para acallar las dudas que la confesión de su mujer le despierta, que ponen en serio peligro una identidad tediosamente construida en base a un rol social —ser médico; resulta patético cómo muestra a cada uno su identificación- y el dinero que de ella se deriva (pocas personas han gastado en tres días tanto para no conseguir más que lo que ya tenían). Lo que la confesión de Alice pone en evidencia es que se halla ante una máscara —un yo tan débil y temeroso que entra en crisis cuando las cosas (que su mujer pueda desear a otro hombre) no encajan en esos esquemas condicionantes con los que ha crecido. En este sentido, Ojos bien cerrados casi hace un cartel de neón de su título: el dr. Hartford no escapa del destino de otros personajes de Kubrick, manejados para "parecer" mejores en el sistema que se desempeñan. Claro es que Alice —relacionada con el arte y en ese momento desocupada- prefiere mirarse a sí misma en el espejo que dejarse llevar por los reflejos condicionados de su marido, una especie de Hal -la computadora de 2001, odisea del espacio- que atrae las pulsiones de muerte que se hallan por los alrededores. Para salir del atolladero, Alice proclama que la relación debe renegociarse constantemente —"no digas para siempre"- y que al convencional "hacer el amor" hay que adosarle la dosis de salvajismo propia de los monos de 2001 ("coger"). Como se ve, el concepto de "amor" en Kubrick supone que uno de los miembros de la pareja siga los deseos del otro —relación de poder, el más conciente triunfa- e implica una dosis de violencia regulada por la misma pareja para permitir la supervivencia de la misma.
La posición de Alice al cerrarse el film es muy similar a la enunciada por Joker en la escena final de Nacido para matar: vivimos en un mundo de pura mierda —rodeados de imágenes seriadas y letales- pero he sobrevivido y ya no tengo miedo, quiero el culo y las tetas de María Culopodrido...
Para finalizar, hay un aspecto de comedia en Ojos bien cerrados que se relaciona con el subtema de los celos y la obsesión. Para vengar el daño que su mujer le produce con su confesión, Hartford se lanza a una búsqueda maquínica de sexo fácil y, si bien recibe multitud de propuestas, nunca las puede llevar a buen término por uno u otro motivo. En este sentido, Ojos bien cerrados tiene más de un punto de contacto con Después de hora de Martin Scorsese, también ambientada en Nueva York, inserta también en una lógica onírica y delirante, aunque mucho más paranoica. Pero el film de Kubrick tiene un trasfondo mucho más trágico, ya que después de la segunda confesión de su mujer, podemos ver cómo el rostro del dr. Hartford luce "la mirada de las 1000 yardas", mirada que hemos visto en otros personajes de su filmografia y que denota un dolor infinito ante lo vivido.
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