Diana Scott (Julie Christie) es vendida como el ideal de mujer en grandes afiches que pululan por las paredes del Swinging London. A lo largo de su desarrollo, el film nos mostrará que esta muchacha poco tiene de ideal, a través de su relato en primera persona para una entrevista que le hacen y que dispara flashbacks mostrando distintos momentos de su vida. Veremos que Diana era una figureti desde pequeña, empujando a su hermana mayor del escenario para tener mayor lucimiento. También la veremos más crecida, tras ser elegida como modelo para una marca de corpiños hasta llegar a casarse con un noble italiano. También la seguiremos en sus relaciones afectivas con tres hombres -son más, pero estos son a los que el film le dedica mayor proporción; un intelectual, un gigoló y un noble.
Diana es una chica de clase media y como capital posee su belleza. Eso alcanza para capturar a Robert Gold (Dirk Bogarde), un periodista que le servirá para conectarse con intelectuales y que dejará a su esposa e hijos para quedarse con ella. Se mudarán juntos y al poco tiempo Diana, aburrida, lo dejará por Miles Brand (Laurence Harvey), un ejecutivo del mundo de la publicidad que la lanzará como modelo top y la paseará por la decadencia de la vida parisina y londinense. Hastiada de los hombres y en búsqueda de paz y calma, se casará con el Príncipe Cesare della Romita (Jose Luis De Villalonga), uno que podría ser su padre y que tiene hijos de su edad, que la terminará arrumbando en su palacete italiano junto a otros objetos de arte.
Una de las principales virtudes del film es su capacidad irónica destilada a través de las diferencias entre lo que la narradora dice a la prensa y lo que se ha mostrado al espectador, lo que la define como alguien que niega su propia realidad. Otra es la de delinear a una narcisista sin tregua en su ascenso hacia la riqueza; los hombres sólo son peldaños para llegar a la cumbre. Pero tampoco se la ve muy satisfecha con sus logros; vuelve a clamar por Robert huyendo de su prisión dorada en Italia para ser víctima de una venganza escenificada por el varón herido, venganza en la que es utilizada, humillada y tratada de buscona. Si por lo menos se quedara en la órbita de Miles, que es tan narcisista como ella y capaz de venderse al mejor postor, no sufriría tantas humillaciones. Pero Diana quiere más, quiere sentirse completa...
Darling es eficaz en el diagnóstico de esta enfermedad moderna del hastío (sí, en los 60 también se morían de tedio.) A lo que habría que agregar que si los personajes como ella supieran que lo mejor que pueden hacer es aceptar el vacío y habituarse a convivir con él ya que los va a acompañar hasta el día de su muerte y no habrá ni hombre ni palacio ni droga que lo llene... se evitarían muchos suicidios. Mientras tanto Diana conoce la Dolce Vita parisina –Schlesinger, el director, tiene un ojo sabio para mostrar freaks en todas sus dimensiones; Diana no es la excepción- y las maravillas de un verano en Capri rodeada de lindos muchachos gays.
Gran exponente del cine de la nueva ola británica de los años 60, Darling no ha envejecido en estos detalles que mencionamos, y ofrece espléndidas actuaciones de sus protagonistas. A destacar la siempre apetitosa y distante Julie Christie, ganadora del Oscar por su desempeño. Icono de los años 60 desde su aparición en Billy Liar (también de Schlesinger y objeto de una autorreferencia en este film), su elección de papeles de chica liberada sexualmente y sus dotes como actriz, amén de la belleza que la acompaña, deja semblanza de una muchacha sumergida en el hedonismo hasta que se da cuenta que el tren ha pasado para ella y que ha dejado escapar al amor de su vida.
John Schlesinger, el primer director autoafirmado como gay en la historia del cine, hizo de la Christie su actriz fetiche; a lo largo de las distintas películas que realizaron juntos no la venera ni la pone en un pedestal, más bien la escruta con distancia, entre admirado por su carisma y seca pretención. También filmó con ella Lejos del mundanal ruido, aquel melodrama rural de Thomas Hardy en la que la dueña de una granja es cortejada por tres hombres de las aposturas de Alan Bates, Terence Stamp y Peter Finch. En su paso por Estados Unidos nos dejó la inolvidable Perdidos en la noche (Oscar a la mejor película y al mejor director) y la apocalíptica Como plaga de langosta, donde Karen Black se arrastraba por el fango junto a dos mejicanos borrachos que hacían de ella lo que querían provocando su goce y el horror de su marido, Donald Sutherland, encarnando a Homero Simpsom (sic), un retardado mental de buenos sentimientos que harto de ser menospreciado provocará una catástrofe en la que Hollywood arderá. También esa maravillosa y áspera radiografía de las relaciones humanas y el compromiso afectivo que es Dos amores en conflicto, en la que Glenda Jackson y Peter Finch son dos de los vértices de un triángulo que termina de conformar Murray Head, un jovencito al que ambos comparten. Y hubieron más títulos (Maratón de la muerte, Yanquis, El inquilino), pero lo mejor Schlesinger ya lo había hecho. Vaya nuestro recuerdo para esta admirable actriz y su esmerado director.