25/2/12

El topo


El topo nos sumerge en el universo viscoso de John le Carre, en el mundo del espionaje y la Guerra Fría de la década del 70. Es una inmersión absorbente porque el film exige más de lo habitual en el espectador; construido en base a abundantes elipsis amerita más de una visión para su comprensión. Quienes no quieran tomarse el trabajo son igualmente recompensados por las excelentes actuaciones y la atmósfera plenamente recreada de la época.

Se ha descubierto que en la cúpula del servicio secreto inglés hay un “topo”: un traidor que juega para los dos bandos. Cae en Smiley -un agente retirado- la responsabilidad de descubrirlo. Smiley es todo un personaje. Interpretado por Gary Oldman, un actor caracterizado por lo excesivo, es una máscara que rara vez devela sus emociones o sus pensamientos. Sabe que se mueve en un mundo donde todo es apariencia, donde cada acto obedece a una intención a ser interpretada por quien observa o investiga.

En semejante tinglado se descubrirá que lo laboral está estrechamente ligado a lo personal: quien ha traicionado a la patria ha traicionado a su compañero de trabajo sosteniendo un affaire con su mujer y, por otro lado, ha traicionado el amor y la confianza que otro compañero tenía en él. El topo -no vamos a  develar quien lo interpreta para no adelantarnos a aquellos que no han visto el film, muestra la bisexualidad como arma de intercambio: el traidor puede pasar de un bando al otro como un camaleón muda de color de piel. El film valora negativamente esa indeterminación del objeto de deseo sexual utilizada para manipular, extraer información y vulnerar al contrincante en su flanco más débil; otro personaje, un estrecho colaborador de Smiley, es despedido de la fuerza por ser descubierto como gay. A diferencia del traidor, éste no ponía en juego los intereses de su país, por lo que es valorado positivamente; simulaba una atracción por las mujeres de la oficina -para preservar el puesto de trabajo- pero con ello no comprometía los intereses del estado ni su integridad. 

Dentro del género de espionaje El topo se sitúa en las antípodas de los films Bond. Aquí no hay glamour ni sorprendentes gadgets ni paisajes exóticos ni constantes escenas de acción; se apela más a lo cerebral del espectador que a su sensorialidad. Al igual que hiciera con el film de vampiros en Criaturas de la noche (2008), el director sueco Tomas Alfredson elige la sutileza y el tacto más que el golpe de efecto y la sensación. Todo se desenvuelve en un clima asordinado de medias palabras y miradas obstaculizadas por incontables objetos. La tensión emerge de detalles que se van amontonando en capas cada vez más densas.

Los actores ingleses deslumbran una vez más. Desde la cascada veteranía de un John Hurt hasta la desapasionada composición de Gary Oldman, pasamos por la pringosa apariencia de Toby Jones -inolvidable Capote en Infame-, el mascarón de proa de Ciarán Hinds y la líquida versatilidad de Colin Firth que, curiosamente, inició su carrera en otro film de espionaje atípico, Another country, allá por 1984, donde se señalaban las causas que llevan a un muchacho educado para gobernar los destinos de su país a traicionarlo.  

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