Curiosidad de los años 70, el film se basa en una novela de Judith Rossner, todo un best seller, sobre una maestra de niños sordomudos que por la noche se dedicaba a levantar hombres en los bares para prácticas sadomasoquistas. La versión cinematográfica atenúa esta vertiente de sexo duro pero no se queda corta al historiar diversos encuentros que la protagonista, Theresa Dunn, tiene con varios hombres. Film esquizofrénico, posee un tono histérico que lo hace atractivo, como si el director adaptador no se decidiera a tomar postura sobre un mundo que le es ajeno y al mismo tiempo le produce rechazo. Hay un colapso entre los valores del viejo Hollywood, los que el director Richard Brooks representa -fue el adaptador de Los hermanos Karamazov, La gata sobre el tejado de zinc caliente, A sangre fría, entre otras-, y el tratamiento de estos nuevos materiales a los que Hollywood recurre para parecer que está a la moda.
Theresa proviene de una familia católica con un padre muy despótico, una madre fantasmal y una hermana admirada por su belleza y que marca el camino a seguir: es capaz de casarse con un hombre que conoce en un avión con sólo haberlo tratado dos días, de hacerse abortos caprichosamente, de prácticas de sexo swinger con su reciente marido. Encarna los valores del Movimiento de Liberación Femenina, a los que un breve documental de noticiero describe como derechos a la igualdad sexual, al aborto, a ganar el mismo salario que los hombres, a hacer con su propia vida lo que quiera. Tras una frustrante relación con un hombre casado y los choques con su padre, Theresa abandona la casa familiar y se alquila un pequeño departamento. Como remedio a la soledad, empieza a frecuentar los bares y a conocer y disfrutar su propia sexualidad de manera hedonista, sin entablar compromisos con nadie. Tampoco es que los hombres que se le acercan sean muy dignos de confiar: está Tony (un muy joven Richard Gere, con una energía despampanante) que entra y sale de su vida, posee poca educación, vive de las mujeres y es un dealer. Está James, aprobado por la familia, asistente social, con valores católicos pero con una ambigüedad sexual que –al no poder resolver- lo transforma en un siniestro acechador. A medida que el camino de perdición se acentúa -Theresa comienza a ingerir drogas, a descuidar su departamento que llega a estar invadido por las cucarachas, a levantar a cualquier señor que quiere pasar un buen rato en su cama- la presencia de la muerte se acrecienta a su alrededor. No sólo esa extraña caricatura que tiene pegada en la pared, donde se la ve con una expresión diga de El Grito de Munk, nos la trae a cuento intermitentemente, también la enfermedad de su padre y la confesión de que la hija es víctima de un mal hereditario (durante su infancia Theresa había pasado meses postrada por una escoliosis). Justo la noche que decide ponerle un alto a su caída conoce al hombre equivocado, Gary (Tom Berenger), un joven ex convicto que no se siente muy a gusto consigo mismo víctima de impulsos homosexuales que esa noche está dispuesto a negar justamente con Theresa. El final de la película es una de esas escenas que escalofriantes que uno no puede olvidar: el muchacho impotente para satisfacer a Theresa se descarga en ella a cuchilladas llevándola a la cumbre de placer y a la muerte; el espectador apenas puede ver porque la luz estroboscópica que le había regalado James está en funcionamiento, como si de una discoteca se tratara.
Este cautionary tale no funcionaría tan bien si Theresa no fuera encarnada por Diane Keaton, en un papel a contrapelo de los que suele interpretar. La ligereza que esta actriz suele imprimir a sus interpretaciones aquí juega a favor para hacerla parecer poco comprometida con lo que pasa a su alrededor, exceptuando las escenas con los niños sordomudos, donde irradia dulzura y candor. El espectador padece el final -aunque es previsible- porque ha sido guiado casi toda la película por Theresa, que desconoce la violencia a la que es capaz de llegar Gary. Ese mismo año, Diane Keaton ganó su Oscar por Annie Hall, pero muchos afirmarn que fue la suma de ambos papeles la que la condujo al premio. La alquimia que se desata en las escenas que la actriz juega con Richard Gere revelan el futuro estelar del galán, cuyos papeles de principiante estaban investidos de una imagen agresiva y anárquica.
Film fascinante por cómo retrata la escena neoyorquina y sus actuaciones, no deja de ser retrógrado en su ideología, como si dijera parafraseando a una publicidad de cigarrillos de la época: "Has recorrido un largo camino muchacha... ¿para llegar a esto?"
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