11/4/13

The Master






Cuidado con el hombre que dice que sabe. Cuando buscan una autoridad que los conduzca a la espiritualidad, se obligan ustedes automáticamente a crear una organización alrededor de esa autoridad. Por la creación misma de la organización... quedan atrapados en una jaula.
Jiddu Krishnamurti

The master nos propone una mirada opaca, propia de los films de la modernidad, sobre el vínculo entre maestro y discípulo cuando el afecto se ve involucrado. Paul Thomas Anderson, más moderado que en Juegos de placer (Boogie Nights, 1997) y Magnolia (1999), no sólo en su puesta en escena sino también en la amplitud del rango narrativo, se dedica a plasmar una cercanía entre dos hombres que metaforiza uno de los temas que lo obsesionan: la relación padre-hijo, fundamento también de Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007).


Aquí se trata de Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un veterano de la Segunda Guerra Mundial, hijo de un padre ya fallecido que le ha legado su alcoholismo, y de una madre psicótica encerrada en un manicomio de la que ha heredado cierta inadaptación a la realidad. Su objetivo en la vida es poder relacionarse con una mujer a la que pueda seducir y que lo satisfaga sexualmente. Tal objetivo no se cumplirá sin antes pasar por el tamiz de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el fundador y referente de un culto terapéutico que adoptará a Freddie como si fuera su mascota. En determinado momento, Lancaster explicará su programa para con Freddie (y los miembros de su culto) al referir en una anécdota el enfrentamiento con un dragón, al que doblega y después le pone una cadena para poder salir a pasear con él.


La primera fase del tratamiento parte del establecimiento casi instantáneo de un lazo entre ellos. «Creo conocerte de antes» le dice Lancaster a Freddie, como un enamorado le diría al objeto de su afecto. Ese lazo permite un intercambio. El maestro aporta una terapia basada en el hipnotismo que hace aflorar los traumas que aquejan a su paciente; el discípulo aporta una devoción a toda prueba como si fuera un soldado de Il Duce, saliendo a defender a su maestro de acusaciones de charlatanería y estafas varias. No es algo que el discípulo pueda racionalizar, le brota como un magma pese a varias señales advertencia, una de ellas provenientes del mismo hijo de Lancaster, que le dice que lo que su padre no sabe lo inventa, ganándose una reprimenda del «camisa negra». 


En la segunda fase ya interviene Peggy (Amy Adams), la esposa de Lancaster[v2] , su mayor influencia. Gran parte del film se pasea embarazada (quintaesencia de lo materno) y es quien se encarga de mantener férreos los lineamientos del culto y quien se propone limar las asperezas de Freddie para que se transforme en un miembro productivo dentro de la organización (es decir, que abandone su alcoholismo, una de las cosas que lo acercaron a Dodd). Aquí viene la etapa de domesticación, escenificada en varias secuencias ensambladas entre sí, donde Freddie debe palpar una pared y una ventana hasta que perciba que son otra cosa; ser parte de un diálogo con el yerno de Lancaster en el que no puede permitirse reaccionar; escuchar obscenidades sin pausa de boca de Peggy como testigo mudo, etc. Pero se produce una fisura en el lazo: Lancaster ha traicionado la confianza de su discípulo al darle a su yerno información artera sobre el pasado de Freddie. 


Una cosa es servir bajo el hechizo amoroso; otra, para el sostenimiento de una organización. Ante semejante presión, Freddie parte en busca de la resolución de una historia pendiente con una joven novia, historia que lo atormentaba y que el tratamiento del maestro habría expuesto a la conciencia.


Pasados los años, a través de un sueño, Freddie recibe en un cine un llamado telefónico de Lancaster que se encuentra en Inglaterra, en una de las «sucursales» del culto. La organización ha crecido y así lo prueba el magnánimo ámbito donde vuelven a verse. Pero no están solos, en la oscuridad acecha Peggy, que le reprocha al marinero que no haya abandonado su pasión por el alcohol. Freddy busca la cercanía y la bendición de su maestro, quien siéndole fiel le dice que ya no hay lugar para él en la organización porque él se resiste a servirla. Pero, traicionando aquel lazo que los uniera, exhibe sus deseos de que permanezca, de poseerlo (magistral interpretación de Seymour Hoffman cuando entona «On A Slow Boat To China» con tonos que van de lo juguetón a lo ominoso). El director plasma esto con una acertada puesta en escena: Freddie forma parte de un encuadre en claroscuro, con una pequeña estatuilla que representa un timonel sobre el escritorio que lo separa del maestro; Lancaster está del lado de la luz que proviene de un enorme ventanal atravesado por barrotes que parecen encerrarlo. Freddie tiene que superar ese encuentro para darse cuenta de que es él quien maneja su propia vida y de que el maestro ha antepuesto el poder que le otorga la estructura que ha construido por encima del afecto que los ligaba. Al escuchar la estúpida e inventiva revelación acerca del lugar donde se habían conocido, se produce la segunda partida de Freddie.


En un pub encuentra una mujer a la que logra seducir manteniendo su atención con las herramientas que aprendió del maestro. 


Personajes complementarios, Freddie y Dodd mantienen lazos de sujeción que los emparentan a los que mantenían Próspero y Calibán en La tempestad de Shakespeare. Uno es el que arma la puesta en escena, la mente, el demiurgo. (Lancaster lo invita al casamiento de su hija. Ingresan al encuadre como si fueran una pareja de novios, saludados por los asistentes). El otro, su prolongación física. (Sin que medie diálogo entre ellos, Freddie ajusta a golpes la bocota de un interrogador que previamente había arruinado una reunión donde Lancaster se lucía). A medida que el film se desarrolla veremos que lo que puede rescatar a Freddie es su raciocinio -la reflexión sobre las conductas del encantador de serpientes que lo tiene embaucado- y lo que puede perder al maestro son los exabruptos, los estallidos de ira que cuartean la superficie del imperio que está construyendo. En este sentido, es clara la escena donde una aventajada discípula -la maleable Laura Dern, con sus expresiones faciales siempre dispuestas al grotesco- le hace una pregunta sobre su nuevo libro y el maestro la aterra con una reacción intempestiva. Sin embargo hay mucho que aprender del maestro y Freddie lo intuye, deseando fuertemente apropiarse del hechizo que el sabio irradia hacia las mujeres (fantasía en la que Dodd entona una canción y todas las mujeres del salón están desnudas para él). Por otro lado, el afecto entre ellos es genuino, es el abono que permite que Freddie resuelva su historia con Doris, es lo que permite que Dodd desoiga la trama conspirativa de sus familiares, que no pueden encasillar al marinero y no lo pueden transformar en un instrumento funcional para el culto. 




Las influencias de las que se nutre Paul Thomas Anderson para conformar su film abarcan un amplio espectro: los contenidos del film lo acercan al territorio explorado por el maestro John Huston en Let There Be Light (1946), Los inadaptados (The Misfits, 1961), Freud (1962), La noche de la iguana (The Night of the Iguana, 1964), Reflections in a Golden Eye (1967), Fat city (1972), Wise Blood (1979), con su ojo afinado para explorar las noches oscuras del alma de diversos personajes; la puesta en escena de tonalidades épicas para un drama intimista nos trae el recuerdo de Stanley Kubrick y su uso del gran angular en La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971); las posiciones de cámara altas y bajas a Orson Welles en El ciudadano (Citizen Kane, 1941); la elección de Bernardo Bertolucci en La luna (1979) para dramatizar una escena en que una madre masturba a su hijo en un baño, es reproducida aquí cuando Peggy masturba a Lancaster.


El estilo actoral de la composición de Joaquín Phoenix nos remite tanto al primer Marlon Brando por su fisicidad como al Lon Chaney de El jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, Wallace Worsley, 1923) por su expresividad, y el de Philliph Seymour Hoffman es una obvia parodia de la interpretación que realizara Orson Welles del personaje de Charles Foster Kane. En varias ocasiones, la música compuesta por Jonny Greenwood expone la conflictiva interioridad de la mente de Freddie y las canciones funcionan como anclajes del sentido del film. Valga como ejemplo la canción «Changing Partners» interpretada por Helen Forrest durante los títulos de cierre del film, donde se da a entender que la vida es como un baile y uno de los miembros se la pasará cambiando de pareja hasta volver a reencontrarse con su amado (esto después de que Freddie ha abandonado a Dodd y se ha encontrado a la mujer en el pub).


Film desconcertante para muchos, pero de efecto hipnótico por quienes se abran a su propuesta, The Master no hace concesiones con su audiencia y es un escalón más en la obra de uno de los directores más talentosos del cine estadounidense que, si bien todavía no ha alcanzado la altura de los anteriormente mencionados, navega, sin lugar a dudas, en ese rumbo.