El film de Todd Phillips se construye en torno a un monstruo
confeccionado de retazos tomados de otros films (Taxi Driver, El rey de la
comedia, de Martin Scorsese; Henry,
retrato de un asesino, de John McNaughton; Psicosis, de Alfred Hitchcock) más que en las famosas historietas
del universo Batman que le dieron origen.
Más retrato de un personaje que atraviesa situaciones
oprobiosas y humillantes que aventura escapista –algo a lo que nos tiene
acostumbrados el cine de superhéroes-, no hay nada de supra humano en él. Por
el contrario, Phillips y sus guionistas lo sitúan a comienzos de los años 80 en
un suburbio de clase obrera en Ciudad Gótica, rodeado de gente de color,
habitando un departamento tan gris como su rutina cotidiana, consistente en ser
un payaso de alquiler y ocuparse de una madre enferma (Frances Conroy, de
antecedente funerarios en Six Feet Under),
a la que acompaña de a ratos viendo a su presentador televisivo favorito
(Robert De Niro, a sus anchas en un rol poco habitual en él). La etiqueta de enfermo
mental –que toma siete medicaciones para mantenerse dentro de los límites de la
cordura- impone cierta piedad en el espectador ante un personaje revulsivo por
donde se lo mire, por más que parpadee destellos de afecto hacia algún niño o algún
otro freak víctima de pullas y más
resiliente que él.
Una serie de situaciones –entre las que se encuentran la
traición de un compañero de trabajo y el recorte de gastos por parte del
gobierno a la asistencia social de la que depende para su atención
psiquiátrica- harán que Arthur Fleck trasgreda la frontera de la cordura. Niño
abusado en busca de una figura paterna contenedora (se trate de un padre
millonario o de un animador televisivo), personaje patético que busca provocar
la risa pero sólo produce tragedias, la búsqueda de reconocimiento social
desatará una furia homicida que se cobrará cada estafa de la que fue víctima en
su vida, haya sido real o no.
El atractivo del film radica en un guion que mantiene hasta
su última escena una poderosa ambigüedad. Cuando el espectador descubre que la
relación con su vecina –una joven negra madre de un niño- es parte del delirio
del personaje, todo lo que acontece queda bajo sospecha, habilitando una
paranoia interpretativa que revisa hechos pasados y coloca entre paréntesis los
por venir. La hábil construcción del punto de vista del personaje es lo que
enaltece a este film de horror que pone en escena fantasías de venganza de un
ser frustrado y oprimido, más enamorado de la muerte que de la vida.
Así como el taxista de Scorsese –atravesado por la misoginia
y el racismo- percibía en su obsesión más gente de color que la que consumía en un
bar, y les añadía un tinte amenazador, el Guasón puede hacernos percibir que
sus viciosos crímenes lo colocan en un sitial de adoración en un motín donde
otros oprimidos, por los padres, por los ricos, por el gobierno, por la
existencia, producen un poderoso aquelarre. Atrapado el espectador en los
laberintos de la mente del personaje, no puede dilucidar si los hechos que
acontecen son reales o puro delirio, si fue adoptado por su madre o es fruto de
la relación con un ricachón para el que ella trabajó, si llega a estar codo a
codo con su presentador televisivo favorito o todo es una fantasía fruto de un
deseo que no encuentra satisfacción.
Todos esos vaivenes son irradiados por la intensa
interpretación de Joaquin Phoenix, cuyo cuerpo montado sobre un esqueleto con
torniquetes luce tan delgado y torturado que parece a punto de quebrarse. La
carcajada de hiena herida llega a repugnar los oídos de tanto reiterarse. Sin
embargo, la labor del actor en conjunción con el director y todo el equipo del
film, logran que muchos espectadores terminen reivindicando las acciones de un
sujeto que hace de la aberración moral un arma letal ante los padecimientos que
pudo haber sufrido. (Un tercio de la sala rompió en aplausos al concluir la
escena final).
Los delirios corrosivos del Guasón hacen que ninguna
estructura quede en pie, ni la de la familia, ni la del amor filial, ni la de
la amistad. La urgencia por tener un lugar bajo el sol barre con todo.