El nuevo film de Robert Eggers (La bruja,
2015) pertenece a lo que Thomas J. Connelly ha dado en llamar “el cine de
confinamiento”1, ejemplificado en aquellos relatos donde la tensión
narrativa se focaliza predominantemente dentro de un lugar. En ese libro hay
capítulos dedicados aEl resplandor
(Stanley Kubrick, 1980), La habitación del pánico (David Fincher, 2002),La pasión de Ana (Ingmar Bergman,
1968), Festín diabólico (Alfred Hitchcock, 1948), entre otros.
El faro de una isla cercana a la costa del
estado de Maine es lo que atrae como el canto de sirena al joven Ephraim
Winslow (Robert Pattinson), que oficiará como ayudante del experimentado
marinero Thomas Wake (Willen Dafoe) y nos enclaustrará en su delirante punto de
vista. La dureza del clima y del trato que le propina Wake, unas molestas
gaviotas, el agobio de las tareas y el eterno desplazamiento de la fecha en que
vendrán a recogerlo conspiran para que al joven aprendiz se le vayan aflojando
los tornillos. No alcanzará el desahogo estimulado por una muñequita; los
excesos de la mente crearán sirenas y extrañas criaturas que lo excluyen cuando
copulan con su superior en la misma cabina del faro. De a poco, el instinto
dejará de adoptar disfraces y los dos personajes entablarán una relación en la
que se alternarán las posiciones de poder -fluidas, como las identidades, en El
sirviente (Joseph Losey, 1963), o con componentes sadomasoquistas como los
de la pareja encerrada en una relación
de amor- odio en La escalera (Stanley Donen, 1969), que puede pasar de
la danza desaforada al abrazo comprensivo.
La asfixia que provoca el film viene dada
por el formato elegido por el director -el estrecho Movietone de films como Amanece
(F, M. Murnau, 1927) o M, el vampiro negro (Fritz Lang, 1931)-, una
fotografía en blanco y negro de profundos contrastes y delicados matices, y la
banda sonora de Mark Koven, tan percutante y obsesiva como las ideaciones del
joven Ephrain devenido Thomas.
Film que descansa en la densidad de
texturas y atmósferas, que nos retrotrae a los personajes enfebrecidos de
Edgard Allan Poe y a las situaciones narradas por Herman Melville o Robert L.
Stevenson, tiene un gran aliado en las caracterizaciones de Dafoe (una especie
de dios Tritón, con sus rasgos ásperos, la profusa barba, la voz de trueno) y
Pattinson, cada vez más alejado de su imagen de galán y dispuesto a sudar la
gota gorda. Con tanto a favor, el film trastabilla
al no dotar de densidad a su conflicto, algo muy habitual en directores jóvenes
como Eggers. Su vistoso pastiche amontona referencias pero nunca sesumergepor debajo de las superficies.
Muy distinto es lo que propone The Vast
ofNight, el film independiente del
debutante Andrew Patterson. Una vez que uno se acostumbra a su narración
bulímica, que alterna profusos diálogos con secuencias de un paisaje sonoro
alienígena, ajeno a la palabra, abundantes en ruidos de baja frecuencia y
planos secuencia eternos con veloces desplazamientos de cámara, se encuentra
con un relato repleto de guiños (a films de ciencia ficción de los años 50, a
programas televisivos como La dimensión desconocida), que no tapan el conflicto ni alivianan el
disfrute del espectador.
En un pueblito de frontera en Nuevo México,
un muchacho que conduce un programa en la radio y una adolescente parlanchina
que atiende la centralita telefónica, dos geeks que intercambian
información sobre posibles invenciones tecnológicas, perciben un extraño
sonidoque los llevará a concluir que no
están solos en el universo. Es la noche en que gran parte del pueblo ha
concurrido a un espectáculo deportivo, en que algunos reportes aislados sobre
objetos extraños avistados en el cielo y un par de testimonios van alimentando
un clima de paranoia y expectación. Esos relatos son manejados con tal destreza
por Patterson que recuerdan a lo logrado por un Spielberg -durante la secuencia
en que el capitán Quinn narra lo sucedido durante el naufragio del USS Indianapolis
en Tiburón (1975)- o de un John Carpenter -en las escenas que se suceden
en una cabina radiofónica en La niebla (1978)
Film de muy escasos recursos económicos -a
diferencia de Encuentros cercanos deltercer tipo (1977)- pero
amplia inventiva, no se queda corto a la hora de convocar una sensación de
asombro ante lo desconocido.
Bien apoyado en las sólidas
interpretaciones de Sierra McCormick y Jake Horowitz y en un estupendo manejo
de cámaras, este pequeño film logrará que miremos con segundas intenciones el
cielo.
1. Thomas J. Connelly, Cinema of
Confinement, Northwestern University Press, 2019
La miniserie de Hulu, de 8 capítulos, basada en la novela de Celeste Ng, tiene como aciertos la actuación de su protagonista y productora, Reese Whitherspoon, y un guion que - sin desdeñar lo melodramático – ofrece apuntes sabrosos sobre los prejuicios de clase y raza de la sociedad que retrata.
Ambientada a fines de la década de los 90, cuando gobernaba el presidente Clinton, en Ohio, en un pueblo llamado Shaker Heights, cuenta la historia de dos madres, Elena, que se casó y dejó su carrera de periodista un tanto de lado para dedicarse a criar cuatro hijos, y Mia, que lleva una vida de trashumante junto a su hija Pearl, huyendo de un pasado cargado de secretos, pero sin nunca abandonar su pasión como artista.
Que Elena sea una de las cabecillas de la comunidad - sus padres ayudaron a fundarla -, pertenezca a la clase alta y siga todas los manuales de etiqueta y conducta habidos y por haber, que haga alharaca de ser progresista en cuanto a la convivencia con otras clases y razas, no impide que someta a su marido y a sus cuatro hijos a los rigores de su perfeccionismo. Tampoco que infrinja y trasgreda todas las convenciones cuando cree que algo contraviene sus intereses.
Mia, por su parte, no puede evitar ser una cifra para los que la rodean, aún para su propia hija, que encuentra todo lo que ambiciona en el hogar de los Richardson, donde la tratan como una hija más. A lo largo de los capítulos, uno irá vislumbrando el pasado de estos personajes mediante breves flashbacks que posibilitarán que se comprenda el por qué de la aspereza y la naturaleza profundamente compasiva de la artista plástica, como también la bilis que atraganta a la periodista de segunda categoría, pese a sus logros como figurón de la pequeña y modélica sociedad en que se mueve.
La hija menor de Elena, Izzi, atraviesa una deriva muy frustante para su madre, ya que no encaja en ninguno de sus esquemas mentales... por lo que buscará refugio en los brazos de Mia. En tanto que Pearl, agotada de lidiar con la naturaleza enigmática y melancólica de su progenitora, hallará confort y estabilidad en los brazos de Elena… A partir de allí, los circuitos y los incendios estallarán por doquier.
El conflicto de Pearl – capaz de someterse a sutiles abusos con tal de ser aceptada- recuerda al de la hija de la mucama en Imitación de la vida (Douglas Sirk, 1959) , una de las cumbres del melodrama hollywoodense. Pero aquí la aversión hacia el color de la propia piel y los de su raza se troca en la necesidad de recubrirse de las apariencias materiales de la clase dirigente. Pearl y su madre no se avergüenzan de ser afroamericanas, aunque la hija padezca por ser pobre.
Las actuaciones de Witherspoon, -que puede componer en un instante a la reina de las arpías y, según las circunstancias, una mujer extremadamente vulnerable-, y las adolescentes que interpretan a Izzy y a Pearl, son destacadas. No puede decirse lo mismo de Kerry Washington, que interpreta a Mia con un hieratismo que no alcanza a expresar todas la dimensiones de su combativo personaje.
La estafa está basada en hechos ocurridos en la vida real y tiene por protagonistas a Hugh Jackman y a Allison Janney, como Frank Tassone, el super intendente de una escuela pública neoyorquina, y Pam Gluckin, su asistente, que se aprovecharon de los dineros de los contribuyentes para llevar a la institución a un alto sitial de prestigio, mientras derivaban cuantiosos fondos hacia sus propios bolsillos, permitiéndose unas vidas privadas de sibaritas.
A instancias del propio Tassone, que no puede con su vanidad y su alma de educador, una joven estudiante que está haciendo una investigación rutinaria para un periódico escolar terminará inflándose de ansias de superación y desatando el hilo de un poderoso atado de corrupción.
El film de Cory Finley (responsable de la llamativa Thoroughbreds, 2017) no se pierde en vericuetos legales y sí retrata un par de espléndidos personajes y sus contextos, mediante el recurso de una ironía suave que no desdeña ciertos apuntes sociales. A medida que el relato va avanzando, no podemos dejar de sorprendernos de hasta dónde son capaces de dejarse engañar, no sólo los contribuyentes, sino los miembros más cercanos de la familia, ya sea un esposa, un esposo o un joven amante.
Sin llegar a la sofisticación y complejidad de Seis grados de separación (Fred Schepisi, 1993), que sigue siendo uno de los mejores films sobre estafadores con apuntes satíricos, esta producción de HBO se beneficia también de un elenco de actores secundarios muy destacables, donde se llevan las palmas Annaleigh Ashford, como la sobrina avivada; Geraldine Viswanathan, como la empecinada estudiante; y el veterano Ray Romano, como el jefe de la junta directiva que representa a los contribuyentes.
Arkansas es un thriller criminal que va desgranando una bolsa repleta de trucos para embaucar no sólo a sus personajes, también al espectador. Con el aire pobretón de Simplemente Sangre (Hnos Coen, 1984) y alguna pirueta estilística a lo Perros de la calle (Quentin Tarantino, 1992), el debut en la dirección del pintoresco Clark Duke (también coprotagonista) hace por Arkansas lo que los incomparables hermanos hacían por Texas; transformarla más en un paisaje mental que un estado en el que se trafican drogas. Frog, el líder criminal, gusta de contratar ingenuos con ansias de escalar rápidamente para que le manejen el chiquitaje. Ahora, si algo sale mal, Frog puede transformarse en la más feroz de las bestias.
Y algo sale mal, muy mal en Arkansas. La pareja contratada, interpretada por Liam Hemsworth y el ya mencionado Duke, una especie de Vladimiro y Estragón que se dedican a esperar la retaliación sin saber por dónde les va a venir, se hace tiempo para establecer relaciones: con una enfermera de no tan estrictos códigos morales como en un principio hacía ver (Eden Brolin), un guardabosques que tiene la irreconocible figura de John Malkovich, y una hechicera repartidora de sobres encarnada por Vivica A. Fox.
Arkansas posee escenas muy logradas de violencia, romance, comedia y suspenso, un tono sostenido de no creérsela, y un villano de antología con las trazas de Vince Vaughn.
Una de las virtudes de la vida en eterna cuarentena son los botines que se
disponen ante espectadores indiscretos. Dos documentales recientes, El silencio es un cuerpo que cae (2018), de Agustina Comedi, y Un sueño hermoso, de
Tomás de Leone, fueron exhibidos, el primero por el canal Encuentro, el segundo
como estreno en la plataforma Cine.ar. Si bien las materias que tratan son
disímiles, poseen varios puntos de confluencia.
Una cámara de video ausculta el David de Miguel Ángel con curiosidad glotona
para descender hacia una mujer y una niña que sonríen receptivas hacia quien la
empuña. Ese barrido desde el hombre ideal del Renacimiento hasta la esposa y la
hija esquematizan el desplazamiento entre el deseo por los hombres entre los
años 70 y mediados de los años 80 hasta el enclave en el matrimonio hetero
normado de Jaime Comedi, un abogado reconocido de Córdoba, fallecido en
1999.
Indagando entre cientos de horas que su padre registró en video, realizando
entrevistas a sus familiares y conocidos, reconstruyendo poéticamente en super 8
los huecos que el pasado silenció, Agustina, aquella niña junto a su madre,
Monona, es ahora quien empuña la cámara que reproduce, reforma, interviene e
interpela las imágenes heredadas.
Compañeras lesbianas del pasado de Jaime como militante comunista mencionan
la esquizofrenia de pertenecer a esas organizaciones de izquierda, donde se
pujaba por la liberación de los oprimidos por el imperialismo y se velaba cualquier
disidencia del modelo hegemónico heteronormativo. Las hermanas de Jaime
mencionan que de pequeño todas notaban que era un niño especial, un Mesías.
Otros, sin mostrar el rostro -siguen aprisionados por barrotes invisibles- recuerdan
que tuvo su primera pareja con un juez, cuando tenía 16 años, que lo instó a que
estudiara. Nos enteramos también de que el testigo de casamiento con Monona
fue su pareja durante 11 años y el obstetra que ayudó a traer al mundo a la
directora. La esposa recién se enteró del pasado del marido años más tarde, a
través de un anónimo…
Hay muchas imágenes que conmemoran los banales ritos familiares y sociales
que tienen como centro a Agustina captados por la cámara de su padre. Hay muy
poco testimonio gráfico de Jaime… Pero registrar a Agustina es hablar del fuerte
deseo de su padre de tener un hijo y escapar de los barrotes que imponían la
pandemia del VIH y el prejuicio machista, inoculado desde pequeño por la familia y
la sociedad.
El logrado montaje de Valeria Racioppi dispara asociaciones irreflexivas en el
espectador. En una jineteada hay un brioso caballo que se resiste a ser arreado,
protesta con sus tacos sobre el suelo de tierra cordobesa, nos condolemos de la
pobre bestia. ¿Sería Jaime un personaje pleno mientras gozaba su cuerpo con
otros hombres, con un transgénero, con una mujer?
Dicen que en plena dictadura no temía abrazar a un amigo en la calle o
cruzarse del barrio de la derecha -donde anidaba la familia- al de la izquierda, la
villa, que una de las hermanas da a entender que era como un lupanar, el harem
pasoliniano, el lugar de lo prohibido.
Lo cierto es que Jaime se casó y ese pasado quedó silenciado, por él, por los
demás, hasta que removiendo debajo de las piedras Agustina hizo un poco de luz
ante tanta oscuridad. Su ensayo es bello, triste, irritante de a ratos… Queremos
ver más de ese Adonis cordobés en su juventud, conocer un testimonio parido por
los labios de Monona.
La vida de Alejandra Podestá es escueta en datos. Hay profusos testimonios
fílmicos de cuando intervino como protagonista en De eso no se habla (1992),
elegida a los 18 años y sin ninguna experiencia previa en la actuación por María
Luisa Bemberg para formar pareja con Marcello Mastroianni. Ahí se la ve como
una princesa, mimada por la directora que oficiaba como un hada buena que le
hizo conocer el reino de Oz. También tuvo una pequeña participación en La dama
regresa (Jorge Polaco, 1996). Pero después quedó encerrada junto a su madre,
que de alguna manera siempre le reprochó el haber sido abandonada por su
marido cuando descubrió que había engendrado a alguien de estatura poco
común, y no pudo evitar inocularle el veneno hacia los de su propia condición. Es
así que, después de haber tocado el cielo con las manos, Alejandra, tan poco
preparada para la vida, quedó condenada a permanecer junto a su progenitora -
una peinando a la otra, sin solución de continuidad- hasta que la mujer falleció. De
ahí en más, algún puesto atendiendo en una zapatería, en algún McDonald’s, la
alejó cada vez más de la fábrica de los sueños.
Quiero una familia, quiero hijos y un marido, le confesó más de una vez a otra
enanita conocida. Se fue enclaustrando en el PH familiar en una telaraña de
alcohol, hombres altos de la especie taxi boy, siempre enfundada en una terca
depresión. Los rejas de las ventanas nunca dejaron pasar la luz para ella. Fue
encontrada asesinada en esa vivienda que habitara con su madre, apuñalada,
rociada con alcohol, chamuscada como sus sueños, una mañana de 2011, a los
37 años.
Tomás de Leone inicia su film con una semblanza de la insigne María Luisa
Bemberg, del acontecimiento que supuso aquella producción internacional, el
testimonio de los involucrados en la filmación -guionista, montador, vestuarista, un
par de enanos que figuraban en el casting, entre otros-, alguna grabación con la
voz de la muchacha, alguna entrevista a una conocida, fragmentos de noticieros
de la época del estreno y de su repercusión en Europa, también de la época en
que fue asesinada.
El tratamiento es convencional, pero lo narrado seduce a la atención. Es una
historia sencilla pero que hace hincapié en los malos tratos de nuestra sociedad
hacia los diferentes, las miradas prejuiciosas tanto externas como internas, y las
trampas del pensamiento mágico.
Tanto Jaime y Alejandra tuvieron vidas a medio vivir, uno encerrado en una jaula
donde se asomaba la luz en la estampa de su hija, la otra tapiada en vida en las
más oscura negación. Ninguno -parece- alcanzó todo lo que podía dar de sí.
En ambos casos no es impertinente preguntar el por qué.
He aquí un listado un listado de elecciones arbitrarias para sobrellevar estos tiempos oscuros y de incertidumbre que se han cernido sobre nuestros aquejados espíritus. Algunas son más accesibles que otras si se bucea en la Web y, de no encontrarlas, son unos buenos anzuelos para acrecentar el alicaído deseo.
Comedias
Una Eva y dos Adanes (Some Like Hot, 1959): la bella Marilyn rodeada de dos genios de la comedia, Jack Lemmon y Tony Curtis, la Ley Seca y los mafiosos, todo puesto en una coctelera por el maestro Billy Wilder. Para aquellos que se autodenominan con una sexualidad “curiosa”, todo comenzó aquí.
¿Qué pasa, doctor? (What´s Up, Doc?, 1972): más de un año en cartelera en nuestro país, es una apuesta segura. Peter Bogdanovich se tomó el trabajo de remozar la comedia lunática a lo La adorable revoltosa (Bringing Up Baby, 1938), ambientándola en una San Francisco plena de chiflados detrás de 4 maletas que han perdido a sus respectivos dueños. La alquimia entre Barbra Streisand, Ryan O’Neal quema la pantalla, y Madeline Kahn está en su apogeo.
El mundo está loco loco loco (It´s a Mad Mad Mad World, 1963): una de las comedias más espectaculares, tanto por su presupuesto como por los quilates de su reparto, que repasa en su trepidar varias de las variantes del género. Con Spencer Tracy y cameos de Jack Benny, Jerry Lewis y Buster Keaton, es un formidable retrato de la codicia humana y los extremos a los que puede llegar.
La fiesta inolvidable (The Party, 1968): unidos otra vez, el tándem Peter Sellers-Blake Edwards brinda una catarata de gags visuales y estilizados, uno más risueño que el otro, al narrarnos las desventuras de un extra hindú en medio de la mascarada hollywoodense. Imprescindible.
La danza de los vampiros (Dance of Vampires, o The Fearless of Vampire Killers, 1968): un profesor distraído y su ayudante se internan en los Cárpatos tras los rastros de vampiros tan añejos como perversos y decadentes. Diversión, humor absurdo, en la mejor parodia de los films de vampiros que se recuerde. Dirigida por Roman Polanski, que también coprotagoniza junto a Jack MacGowran y la malhadada Sharon Tate.
Una espía por error (The Glass Bottom Boat, 1966): la naturalidad de Doris Day y la corporeidad de Rod Taylor son moldeados por el talentoso Frank Tashlin en una intriga disparatada que aglutina espías rusos, la NASA, una máquina come ojotas y unos canapés. Un delirio.
Más allá del valle de las muñecas (Beyond the Valley of the Dolls, 1970): especie de secuela impensada del exitoso melodrama camp basado en la novela de Jacqueline Susann, a la vez que parodia y film bizarro, aún hoy sigue siendo una auténtica sorpresa. Dirigida por el divagante Russ Meyer, nuclea actrices porno interpretando a cándidas palomitas que caen en los vicios más aberrantes para obtener un lugar en Hollywood. El guion, con más de un guiño shakesperiano, pertenece a la pluma del afamado crítico Roger Ebert.
Yo quiero ser bataclana (1941): una de las más divertidas de la inolvidable Nini Marshall, aquí acompañada por los oficios de Juan Carlos Thorry y el director Manuel Romero. Mucha de la filmografía de nuestra gran bufa pulula en YouTube, en copias restauradas.
Enséñame a vivir (Harold and Maude, 1971): esta joya del humor negro es desconocida por muchos. Narra la historia de amor entre un adolescente y una anciana, tiene el espíritu de la contracultura con el que el director Hal Ashby condimentaba sus realizaciones y dos interpretaciones inolvidables de Bud Cort y Ruth Gordon, la vecina chusma de El bebé de Rosemarie. Imperdible.
Ciencia ficción
La generación de Proteo (Demon Seed, 1977): una máquina de proporciones se obsesiona con la mujer del científico que la creó. Julie Christie acechada por un monstruo… No es algo que no quieras ver.
La amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain, 1971): antes que Jurassic Park, Michael Crichton había escrito esta historia sobre un virus alienígena que diezma una población y los esfuerzos de un grupo de científicos por contenerlo. En clave de thriller y con la mano firme del veterano Robert Wise.
Musicales
Adiós ídolo mío (Bye Bye Birdie, 1961): la fiebre adolescente desatada alrededor de Elvis Presley dio origen a esta comedia enloquecida donde conviven suéteres ajustados alrededor de la figura de una felina Ann-Margret, una Janet Leight morocha post Psicosis, un Dick van Dyke pre deshollinador y una tortuga de metabolismo acelerado.
El golfo (1969): ver a Raphael en la cumbre de su fama haciendo de gigoló de adineradas señoras maduras estadounidenses en las playas de Acapulco galvaniza la atención. Dobles sentidos que se suceden en cascada y una voz sin parangón hacen el resto.
Oliver! (1968): una producción inglesa mastodóntica para el clásico Oliver Twist de Dickens, que acaparó muchos Oscars en su momento, tiene uno de los malos más malos en el Bill Sykes de Oliver Reed, y dos actuaciones inolvidables de los niños Mark Lester y Jack Wild (luego emparejados en Melody), que le otorgan a las canciones y a las danzas un brío inusitado. La dirección del veterano Carol Reed le imprime tanta energía a su material que es capaz de resucitar a un muerto.
Armonías de juventud (Strike Up The Band, 1940): una joven parejita pueblerina conformada por Judy Garland y Mickey Rooney arman su propia banda y quieren competir para formar parte de la orquesta de un músico afamado. Con esa excusa y la dirección del talentoso Busby Berkeley, los números musicales supuran vitalismo.
Amor en el aire (1967): Palito Ortega va a estudiar a España. Se enamora de una azafata (Rocío Durcal) y el resto es una historia tan simpática como el mejor cuento de hadas. Llega tan alto este amor que provoca mareos.
En un día claro se ve hasta siempre (On a Clear Day You Can See Forever, 1970). Si hablamos de extravagancias, ésta merece un lugar de honor. Dirigida por Vincente Minnelli -cuando ya estaba a punto de desbarrancar- tiene como protagonista a Barbra Streisand como una muchacha ¿común? que acude a un psiquiatra (Ives Montand) para que la ayude a abandonar el hábito malsano del cigarrillo. Técnicas hipnóticas mediante, el doctor descubre que la muchacha es la encarnación de una mujer impetuosa y desafiante que vivía en el siglo XVIII, de la cual se enamorará. Esta historia de amores desfasados tiene un envoltorio de lujo, un vestuario de Arnold Scassi y Cecil Beaton que hace caer las mandíbulas y algunas canciones inolvidables.
Cine noir
El suplicio de una madre (Mildred Pierce, 1945). Joan Crawford -en el papel que le valiera el Oscar- tiene que lidiar con varios tiburones mientras asciende la escalera que la convertirá en una mujer independiente. Uno de ellos es su propia hija. Basada en la novela de James M. Cain y con el director de Casablanca llevando el timón.
La dama fantasma (Phantom Lady, 1944): una muchacha se arriesga por el submundo criminal para descubrir a una mujer que llevaba un sombrerito en cierta ocasión y cuyo testimonio le salvaría la vida a su jefe. La ajustada dirección de Robert Siodmak y el encanto de Ella Raines como la protagonista hacen el resto. Basada en una novela de Cornell Woolrich.
Gun Crazy (1950): antes que el Bonnie and Clyde de Warren Beatty y Arthur Penn estuvieron Annie y Bart. Un clase B alocado de ritmo y pasión, que uno querría ver todos los días. Imperdible.
Desvío (Detour, 1945): el clima de pesadilla que logra Edgar G. Ulmer y la mujer fatal que compone Ann Savage le han otorgado un lugar de mérito a esta producción realizada con tres dólares y noventa y nueve centavos. Imperdible.
La última investigación (The Late Show, 1977): un detective anciano y una cultora de las técnicas new age se funden en una tortuosa investigación en esta parodia del género. Art Cartney y Lili Tomlin, más la calibrada dirección del artesano Robert Benton, le sacan el jugo a su material con tanto tino que pasará mucho tiempo hasta que volvamos a ver algo así.
Cuerpos ardientes (Body Heat, 1981): homenaje desembozado a Pacto de sangre del maestro Billy Wilder, se beneficia de unos muy frescos William Hurt y Kathleen Turner, involucrados en una tórrida pasión que los lleva al crimen. La sensualidad explota en la pantalla, acicateada por una espléndida banda sonora compuesta por John Barry y la mano férrea de Lawrence Kasdan en su debut como director.
Simplemente sangre (Blood Simple, 1984): sintetizando el universo de James M. Cain con las dosis de humor absurdo que les son reconocidas, el debut de los Hermanos Coen fue una sorpresa en su momento. Una mujer fatal que no es consciente de serlo (también el debut de Frances McDorman), un crimen, un muerto vivo que no termina de morirse, un muchacho ingenuo y un detective siniestro, hacen un tratado soberano de los malentendidos. Imperdible. (portada)
Dramas y melodramas
La mano en la trampa (1961). Mucho antes que fuera tendencia, el tándem Leopoldo Torre Nilsson-Beatriz Guido estuvo fusionando elementos del cine de horror en sus melodramas familiares. Una joven busca develar secretos que le fueron vedados por su madre y su tía, a la vez que las pulsiones sexuales la sumergen en un laberinto del que es muy difícil encontrar la salida. Una de las mejores películas nacionales, con una cataléptica Elsa Daniel, un vital Leonardo Favio y un plantado Francisco Rabal.
Los isleros (1951): una familia sobrevive en las asperezas del Delta del Paraná, atosigados por los excesos de la madre, a la que apodan La Carancha. Tita Merello dibujo aquí una de sus mejores composiciones, secundada por la templanza de Arturo García Buhr, y la sobria dirección de Lucas Demare. Imperdible.
Petulia (1968). George C. Scott es un médico que se acaba de divorciar y es avanzado por una joven un tanto excéntrica, casada con un millonario muy joven y sensual que la maltrata. Esta telenovela tiene como virtudes la belleza de Julie Christie, una atmósfera de desbordante melancolía, el retratar San Francisco en pleno Summer of Love, y un montaje desbordante de flashbacks y flashforwards que hicieron escuela de la mano del gestor Richard Lester, y su discípulo Steven Soderbergh. Janis Joplin hace un cameo.
La heredera (The Heiress, 1949). Adaptada libremente de una novela de Henry James, el film de William Wyler -padre del realismo psicológico estadounidense- se mantiene tan robusto como en la época de su estreno. Una muchacha poco agraciada sufre el desprecio de su adinerado padre, pudiendo caer bajo los hechizos de algún cazafortunas. Olivia de Haviland se ganó su segundo Oscar por su interpretación y tuvo la suerte de ser seducida por unos de los más bellos de Hollywood, un Montgomery Clift que corta la respiración en cada una de sus apariciones. Ralph Richardson esplende una autoridad que hay que atreverse a desafiar. Imperdible.
Desaparecido (Missing, 1982). Jack Lemmon busca a su hijo desaparecido en el golpe de estado chileno de 1973. Lo acompaña su nuera, una enérgica Sissy Spacek. Juntos irán develando una trama que los llevará a deducir la complicidad del gobierno estadounidense en el horrible hecho. Costa Gavras sorprende y emociona a la vez que alecciona.
Mamma Roma (1961). Anna Magnani hace lo indecible por el progreso de su hijo, un adolescente que desprecia sus logros y comienza a tener contacto con delincuentes. La tragedia está asegurada. Dirigió Pier Paolo Pasolini. Imperdible.
La Strada (1954): una de las películas más emotivas de la historia del cine, un canto a la comprensión entre los seres humanos, tiene en su núcleo a la adorable Gelsomina, comprada por un bruto que sólo sabe de instintos y engaños. Dirigió el genio de Federico Fellini, con las inolvidables actuaciones de su esposa Giulietta Masina y Anthony Quinn, y la perdurable banda de sonido de Nino Rota.
Thrillers
El carnicero (Le Boucher, 1970). Claude Chabrol deslumbra con su historia de la maestra sofisticada dañada por los hombres y el carnicero herido de guerra que no pueden entablar una historia de amor dada la obcecación de ella. Mientras tanto, cadáveres femeninos se van apilando en la tardes pueblerinas. Imperdible.
Espera en la oscuridad (Wait Until Dark, 1968). La esquelética Audrey Hepburn compone a una cieguita acosada por tres ladrones que buscan una muñeca henchida de heroína que suponen encondida en su departamento. Suspenso del mejor, dirigido por el artesano Terence Young, responsable de varios films Bond.
El día del chacal (Chacal, 1973). Basado en el best seller de Frederick Forsyth, narra los esfuerzos de un asesino a sueldo para borrar del mapa al presidente de Francia, Charles de Gaulle. La sobria interpretación de Edward Fox y la dirección del veterano Fred Zinnemann se combinan en una experiencia intensa y formidable.
Las dulces amigas (Les Biches, 1968). Claude Chabrol no muestra piedad en este cuento de ascenso social. Una millonaria decadente (la chic Stephanie Audran, entonces esposa del director) “compra” los servicios de una artista bohemia. Lesbianismo, vampirismo emocional, un tercero que tiene la estampa de Jean-Louis Trintignant y el marco de Saint Tropez.
Una mujer inquietante (Mortelle Randonnée, 1983). Una muchacha misteriosa que cambia de look como de hombre, un añoso detective privado que perdió a su hija. Cuando ambos personajes se cruzan las consecuencias son impredecibles. Isabelle Adjani en la apoteosis de su belleza, Michel Serrault con la placidez de sus canas, la dirección del experto Claude Miller.
Horror
Los inocentes (The Innocents, 1961). Maravillosa la adaptación de Otra vuelta de tuerca, de Henry James, que hace Truman Capote. Con una institutriz inglesa que, imposibilitada de concretar su pasión amorosa con quien la contrata se vuelca hacia los niños bajo su tutela. Niveles de perversión pocas veces vistos en la pantalla, fantasmas y una caracterización indeleble de Deborah Kerr hacen de este film un festín que le gana por varias yardas a Los otros de Alejandro Amenábar.
La mujer pantera (Cat People, 1942). Una muchacha servia se casa con un ingenuo estadounidense. Si llegan a consumar su amor puede que ella se transforme en pantera… Jacques Tourneur sofoca al espectador con las atmósferas que construye y Simone Simon compone un monstruo de una vulnerabilidad asesina. Imperdible.
¿Qué la llevó a matar? (What’s the Matter with Helen?, 1971). Dos veteranas de Hollywood, Debbie Reynolds y Shelley Winters se suman para regentear una escuela de danza. Otro punto de unión es que sus hijos son homicidas que cumplen condena. El californiano Curtis Harrington sabía cómo cocinar un grand guignol en una olla a presión.
Una mujer infiel (La femme Infidèle, 1970). Chabrol explora qué es lo que puede llevar a matar a un ciudadano honrado, un hombre bonachón que se ocupa de su esposa, su hija, y su madre. Se hizo una remake con Richard Gere que no le llega ni a los pies. Con Stephanie Audran y Michel Bouquet.
Adaptación muy libre de la novela homónima de H. G. Wells –toma
los elementos propios del género de la ciencia ficción- el film escrito y
dirigido por el australiano Leigh Whannell (La
nochedel demonio: Capítulo 3, Upgrade: Máquina asesina), reelabora la
archiconocida historia desplazando el foco narrativo hacia el personaje de la esposa
del científico, Cecilia Kass (Elizabeth
Moss), y la transforma en un virtuoso ejercicio de terror psicológico.
Una vez muerto él, la mujer seguirá sintiéndose acosada,
asfixiada, sufriendo terribles abusos que motivaron que escapara de su lado. A
diferencia de Durmiendo con el enemigo
(Joseph Ruben, 1991), donde una joven Julia Roberts sufría las de Caín por otro
monstruo adepto al control, veremos los malos tratos
no durante la relación, sino una vez que Cassie se ha mudado a casa de James
(Aldis Hodger), un morocho más apto para protagonizar una fantasía erótica que
el papel de policía y padre protector. Por qué se muda con este personaje y su
hija, el film no lo revela, como también ofrece muy poca información sobre el
pasado de los personajes. Es como si el adaptador hubiera optado por un enfoque
basado en el aquí y ahora, nada de ramificados pasados para los personajes, y dejara
que el espectador rellene con su imaginación la información faltante, como por
ejemplo, por qué James es tan relevante en la vida de Cassie y de su hermana (Harriet
Dyer), una abogada que aparece puntualmente para anunciar varios de los
sorpresivos giros del relato. Puestos a imaginar, se nos ocurre que es por su
profesión, su formidable estado físico que deja esmirriado a cualquier otro
personaje masculino de la película y porque ya es padre y ofrece un paraguas
protector bajo el que guarecerse. No hay –aparentemente- tensiones eróticas entre
James y Cassie; no hay peligro de quedar embarazada a su lado.
Igual, las objeciones son mínimas. El hombre invisible constituye un incontestable entretenimiento, paseándose
con solvencia por muchos de los tópicos del género de horror: chica
sola en una habitación en penumbras, abriendo una puerta que no debe franquear,
citándose con familiares en lugares públicos para evitar cualquier violencia y…
siempre acechada por el monstruo patriarcal. El guion de Whannell se desovilla
en una fina hilacha entre la eficacia y el mal gusto, al invocar el tema de la violencia hacia las mujeres
con fines recreativos. Una cosa era ver a la pobre Ingrid Bergman sufriendo las
torturas de un marido que la quería hacer pasar por loca en 1944, en La luz que agoniza (George Cukor), y
otra cosa es ver a Elizabeth Moss después del #MeToo,reducida a golpes cada 20 minutos.
Moss es una actriz formidable, más parecida a Bette Davis que a la Bergman o a la Roberts, carente del aura estelar de las
tres, aunque capaz de manifestar convincentemente tanto tenacidad como
vulnerabilidad. Desde su salto a la fama con la serie Mad Men, ha mostrado una particular sabiduría a la hora de
elegir sus roles, muchos de ellos de mujeres empoderadas guiadas por una feroz
determinación. Entre sus protagónicos,
se destacan la detective Robin Griffin en Top
of the Lake, la áspera serie realizada por la neozelandesa Jane Campion, y la
rebelde June Osborne de El cuento de la criada.
En cine, han sido llamativas sus participaciones en The Square (Ruben Östlund, 2017), Nosotros (Jordan Peele, 2019), y sus
protagónicos bajo la dirección de Alex Ross Perry en Queen of Earth (2015) y Her
Smell (2018).
Para quienes busquen la sustancia que El hombre invisible adelgaza al reducir los contextos de los personajes
y sus interrelaciones eligiendo la vía del entretenimiento más desembozado, el
tema del maltrato a las mujeres por parte de sus maridos tiene en la española Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003) un
tratamiento realista y dramático, y ofrece una indagación profunda sobre sus
causas en el contexto de una sociedad más parecida a la nuestra. De manera más
focalizada, la neozelandesa El amor y la
furia (Lee Tamahori, 1994), radiografía los orígenes y las causas
culturales de la violencia hacia la mujer en medio de una familia descendiente
de guerreros maoríes.