Mundialmente conocida por su protagónico junto a Jack Nicholson en El resplandor, de Stanley Kubrick, la longilínea actriz fue una de las estrellas más llamativas del Nuevo Hollywood. Largo tiempo apagada en el candelero, fue descubierta por un periodista de The Hollywood Reporter en un pueblito perdido del estado de Texas. Salvo por su característico mentón y la luminosidad de sus ojos, estaba casi irreconocible. En las fotos se la ve con muchos kilos de más, desgreñada, más parecida a una vagabunda que a una luminaria retirada del mundo del cine.
Nacida como Shelley Alexis Duvall el 7 de julio de 1949 en Houston, fue despojada del anonimato por el director Robert Altman, que se transformaría una especie de figura rectora y la proveería de roles a lo largo de una década. Le dio uno muy significativo en El volar es para los pájaros (1970), una sátira cocinada en los valores de la contracultura de la época, donde trababa relación con un muchacho que ansiaba volar. Demasiado idealista para su personaje, una guía que conducía grupos de curiosos por los interiores del asombroso Astrodomo de Texas, lo dejaba por otro muchacho de valores más convencionales. Allí pudo mostrar su inveterada espontaneidad, la agudeza de su voz, la ligereza en su desplazamiento.
Encarnó a uno de los 24 personajes que Altman manejaba en ese gigantesco patchwork que fue Nashville (1975), para muchos críticos la mejor película estadounidense de esa década, donde llegada de California para visitar a una tía agonizante nunca encontraba la ocasión, distraída por cada par de pantalones masculinos que se le cruzaba en el camino. Para cada ligue, su apariencia cambiaba en vestuario y peluca, uno más extravagante que el otro. Fue la protagonista junto a Keith Carradine de la historia de amor de Los delincuentes (1973), un poético relato de criminales ambientado durante la gran depresión económica de los 30. Tuvo participaciones destacadas en Del mismo barro (1971), California Split (1974) y Buffalo Bill y los indios (1976).
Una mañana de 1977, Altman despertó de un sueño, lo transcribió rápidamente y llamó por teléfono a Shelley, diciéndole que tenía otro papel para ella. De allí saldría Tres mujeres, una suerte de parodia de Persona de Ingmar Bergman, un film tan cautivante como bizarro, rodado tan sólo en tres semanas, donde interpretó a Millie Lammoreaux, una asistente en un spa para ancianos, con su cerebro alimentado con los clichés de revistas como Para Ti, Vosotras y Cosmopolitan, que trata de entablar relación con su entorno y siempre queda hablando sola, que inconscientemente deja que la puerta le muerda el vestido cada vez que sube al auto, a la vez que es admirada por una ingenua jovencita (Sissy Spacek) que la cree el sumun de la modernidad hecha mujer. El director le permitió que escriba sus propios parlamentos -un delirio tras otro- y su excentricidad nunca lució tan alienígena, fresca y flexible. La composición de Millie, una especie de zombie sobreadaptado, que convoca en el espectador una gama de sentimientos que van desde la compasión a la vergüenza ajena, le valió la Palma de Oro a la mejor actriz en el Festival de Cannes.
Woody Allen la tuvo como una de sus novias en Dos extraños amantes (1977), haciendo uso de su particular rareza. Allí trabajaba también el que fuera su pareja durante dos años, el músico Paul Simon.
Finalmente, siempre gustosa de las historias de terror -creció leyendo a Poe, Hawthorne, Lovecraft- aceptó el rol que la haría popular, la Wendy Torrance de El resplandor. Las huestes napoleónicas de Stanley Kubrick eran lo opuesto del medio ambiente en el que había florecido bajo el abrazo paternal de Altman, plagado de improvisación, mariguana, barbacoas, sahumerios y festicholas hasta muy avanzada la noche. El rodaje se extendió durante 56 semanas, y una secuencia?—?la de las escaleras y el bate de beisbol?—?llegó a insumir tres semanas de filmación. Y una toma, 127 repeticiones hasta satisfacer el perfeccionismo del director. Y Shelley siempre exigida en un estado de extrema vulnerabilidad emocional para dar una y otra vez el máximo de su potencia, hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Del stress, se le caían mechones de pelo…
Cuenta Anjelica Huston?—?por entonces novia de Jack Nicholson- que mientras ellos se alojaban en una mansión en Londres, Shelley había elegido aislarse en un departamento pegado al estudio, en compañía de un perro y dos pájaros, para no perder la concentración en su personaje y ahorrarse las tres horas que demandaba el viaje desde la gran ciudad. Muchos hoy hablan de conducta abusiva por parte del director; así y todo,
Shelley nunca pronunció una palabra en su contra.
Después vinieron Popeye (1981), su última colaboración con Altman y el physique du rol más perfecto jamás concebido, donde interpretaba a Olivia, la eterna novia del marinero. Los aventureros del tiempo (Terry Gilliam, 1981) y uno de los primeros cortos de Tim Burton, Frankenweenie (1984).
Posteriormente se dedicó a producir series para el cable, destinadas al público infantil, que todavía hoy se recuerdan por su calidad y la estelaridad de sus intérpretes y directores. Basadas en cuentos famosos, los capítulos de Faerie Tale Theatre le valieron un gran prestigio, al igual que los de Tall Tales and Legends y Bedtime Stories.
Ya en pareja con Dan Gilroy, un músico perteneciente a una de las primeras bandas de Madonna, vivía junto a 36 pájaros, 8 perros y dos gatos en su mansión en Studio City que fue profundamente afectada por un terremoto en 1994. Víctima de problemas económicos cuya causa nunca fue debidamente explicada, recurrió a su madre en Houston, que era agente en bienes raíces. Este fue el primer paso para que no abandonara como lugar de residencia su estado natal, aunque participó en varias películas en papeles muy menores.
Transcurridos varios años en que no se tenían noticias de ella, en 2016 apareció en una entrevista en el programa televisivo Dr. Phill, donde se la veía en muy mala forma. Con la voz cascada y desvariando, llegó a decir que Robin Williams, su compañero en Popeye, no se había suicidado sino que pululaba por ahí adoptando varias formas, entre otras incoherencias y fantasías paranoides. Si bien del equipo del programa le ofrecieron un tratamiento para sus problemas mentales, Shelley soportó sólo tres días su estancia en la clínica.
El programa fue condenado por parte del público, de la prensa y de otros artistas por el uso sensacionalista que hiciera de la actriz. Pero también sirvió para que muchos de sus fanáticos la rastrearan y le ofrecieron su apoyo y compañía. Junto a varios de ellos festejó su cumpleaños número 70. Además, los pobladores de Texas Hill County, donde vive desde hace años con Gilroy, se muestran muy protectores de ella.
Es así como el nombre de Shelley se añadió a una larga lista—entre los de Bela Lugosi, Gene Tierney y Vivien Leigh – de figuras que conocieron el estrellato cinematográfico y sufrieron trastornos mentales. Y como una broma macabra—o un homenaje desorbitado—circula por la Web un libro que se llama ‘’My Life’’, se dice escrito por ella y consta de páginas y páginas en donde aparece la frase “HELLO, I’M SHELLEY DUVALL.” de a decenas, centenas, miles -emulando la escritura de Jack Torrance en El resplandor.
Publicada en Regia Magazine, el 4 de marzo de 2021
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