La isla siniestra es otra inmersión de Martin Scorsese en las aguas del cine comercial -como lo fueron El aviador y Los infiltrados- lo que ha derivado en éxitos comerciales y nominaciones para el Oscar -ganó al mejor director por el segundo film. Scorsese ahora cuenta con la aprobación de la industria y la taquilla pero con la mirada ceñuda de sus admiradores que encuentran poco de lo que lo convirtió en uno de los directores más excitantes de la generación que dió a luz lo que se llamó el nuevo cine estadounidense de los años 70.
La isla siniestra no es un mal film -posee una calidad en sus aspectos formales y técnicos altamente superior a la de la media los films comerciales- pero se va desinflando a los dos tercios de su metraje, cuando comienzan a darse explicaciones sobre el derrotero del agente Teddy Daniels, sobre quién es en realidad, y el motivo para que esté en un asilo-prisión de lunáticos altamente peligrosos.
El film recurre a toda una batería de artilugios -tormentas, relámpagos, acantilados- propios de la imaginería gótica que logran una ambientación irresistible para el espectador, más cuando el maestro Scorsese pone todo su cuidado formal aprendido de mucho film noir mamado en su infancia y adolescencia, pleno de angulaciones inquietantes en el armado de los encuadres y juegos de claroscuros expresionistas. Pero el director se queda corto de inspiración cuando debe ir cerrando el relato, lo que no le sucedía a los genios que tiene como modelo, el gran Hitchcock de Cuéntame tu vida (Spellbound, 1945) y nuestro adorado Stanley Kubrick de El resplandor (The shining, 1980).
Con aquel film Hitchcock introdujo el psicoanálisis de manera masiva en la producción de Hollywood -con ayuda de Salvador Dalí en la secuencia onírica- a través de una psiquiatra (Ingrid Bergman) que posibilita que otro médico (Gregory Peck) pueda recuperar el control de su conciencia a través de la superación de un hecho traumático vivido en su infancia. El aspecto catártico tenía lugar en el climax del film. En La isla siniestra se da poco antes, ya que el climax del film está dado por una nueva vuelta de tuerca que encaja, tras haber sido falseada más de una vez. (Algunos espectadores, molestos con la forma de Scorsese de presionar la tuerca para que encaje abandonaron la sala antes del final)
En cuanto a El resplandor -otra aventura de un gran director con un material clase B, esta vez exitosa- los ecos resuenan por doquier. Abrazos a mujeres que se transforman en otra cosa, música de autores clásicos contemporáneos llenando de acordes ominosos cada recoveco del asilo, el tema de la mente como laberinto del que no se puede escapar, los fantasmas de un pasado mal sepultado que se empeñan en disfrazar el presente...
Otros grandes directores intentaron darle forma a la locura de manera más o menos exitosa pero con presupuestos menos rimbombantes. No hay más que recordar la primera aventura de Hitchcock como productor independiente: Psicosis (1960), de la que se encuentran ecos aquí en el desdoblamiento del personaje de Daniels con el interpretado por la siempre cautivante Patricia Clarkson; o los logros de Roman Polanski en Repulsión (1965), donde una Catherine Deneuve con disfraz de bella durmiente hacía de su esquizofrenia un arma letal en pleno Swinging London. Sin olvidar a la enigmática Imágenes (Robert Altman, 1972), donde una autora de cuentos infantiles -Susannah York- juega a las escondidas con marido y amantes entre los pliegues inestables de su deteriorada mente.
¿Y qué decir del legado de Ingmar Bergman, aquí traído de las tinieblas por la presencia de uno de sus actores más característicos, Max von Sydow, el famoso padre Merrin de El exorcista (William Friedkin, 1973)? Dada su abstracción quizás uno se de cuenta que Persona (1965) es uno de los films de horror más espeluznantes de la historia del cine, para no mencionar La hora del lobo (Vargtimmen, 1968) o, cuando el gran sueco filmaba ya con piloto automático y era una gran marca registrada, Cara a cara (Ansikte mot ansikte, 1975), donde la psiquiatra Liv Ullman debe ser asistida por otro profesional para que la exorcise de los demonios de su infancia, habitados por abuelitos que no son los de un cuento de hadas precisamente.
Uno de los logros fundamentales de La isla siniestra radica en la dirección de actores. Di Caprio está muy convincente en sus idas y vueltas por el limbo y demuestra una vez más que una estrella también puede ser un gran actor, como lo hizo el año pasado en Sólo un sueño (Revolutionary Road, Sam Mendes). No por nada se ha hablado de él como el sucesor de Robert De Niro y ya iguala en cantidad a éste en su colaboración con Scorsese (ya llevan 4 filmes juntos). Mark Ruffalo siempre da bien como segundo, y aquí le toca ser el compañero de Teddy Daniels y de los doctores protagonizados por Sydow y Ben Kingsley.
Y yo me pregunto si hay alguna película donde aparezca Ben Kingsley que no merezca ser vista. Su autoridad, su ambigüedad, se constituyen en manos de Scorsese en un pilar fundacional de esta isla. No podemos saber a ciencia cierta si es un hombre profundamente humano o uno de los villanos más tortuosos que podamos recordar. Y esa inasibilidad que transmite en su interpretación le da una verosimilitud al film que merece ser admirada. Si Scorsese logró que Sharon Stone pudiera ser nominada para el Oscar por Casino (1995), imagínense lo que puede conseguir de semejante actor.
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