¿Qué sucedería si los hombres se comprometieran
emocionalmente en una relación tal como las mujeres lo desean? Una posible
respuesta a tal pregunta se encuentra en The
Love Witch (2016), aunque no de la manera en que uno esperaría… Ambientada en la actualidad pero con el look retro de los filmes de explotación estadounidenses de
los años 60, la comedia de Anna Biller es provocativa al observar con falsa
ingenuidad las alternativas de una bruja para conseguir que
los hombres se enamoren de ella.
A Elaine (Samantha
Robinson) atributos no le faltan, es
bella y sugerente aunque con la autoestima cascoteada y las ideas románticas de
mucha novelita rosa. De apariencia tan soleada e indiferente como una mañana de octubre, puede transformarse en una asesina serial cuando sus
hechizos no cumplen con los efectos deseados: así es como en la trama se van amontonando
cadáveres y ella se desenvuelve como si nada grave hubiera sucedido.
El efecto de extrañamiento que el film produce en el
espectador conjuga el choque de unos colores saturados (con el tratamiento
fotográfico propio de los films de aquella época) con un detallismo obsesivo en los
elementos de la puesta en escena, ya sea en el vestuario, la ambientación, como
en el estilo actoral. La alquimia creada por la directora se desliza entre la
sofisticación y el mal gusto disimulado con toques cosméticos, lo que sumado a
la falta de originalidad de la trama, deriva en la sensación entre incómoda y
placentera de estar participando en una
broma y de estar viendo algo llamativo en la pantalla.
Más radicalizada es la propuesta de la directora en Viva (2007), donde un ama de casa en
matrimonio con el rubio ideal, explora los estallidos de la revolución sexual
en un suburbio de Los Ángeles en 1972. Aburrida porque su esposo le dedica
mucho tiempo al trabajo, Barbie –interpretada por la misma Biller en clave
Isabel Sarli- intenta con el modelaje para terminar en la prostitución y como
figura central en una orgía de proporciones macrocósmicas, rodeada de hombres
que utilizan pelucas como las que vemos en los gags de Peter Capusotto. Con un nombre de guerra extraído de una
revista erótica italiana, la picaresca
erótica de la muchacha la pasea por cuadros que oscilan entre los vapores de
las fotos de Playboy de otrora y las mantas de crochet de la Para ti.
Entre números musicales y situaciones extraídas de la más barata de las
películas soft core, Viva no sólo nos
recuerda al cine de Armando Bo, también al de Russ Meyer (Más allá del valle de las muñecas es una referencia más que
señalada). Sin llegar a los extremos desaforados del John Waters de Pink Flamingos –Biller sabe hasta dónde
llegar para no herir las susceptibilidades- este paseo que oscila entre el camp amaestrado y el kitsch estridente, produce una sensación
amable en el espectador, con su desfile incesante de ocurrencias y malabares.
Original ejercicio entre la arqueología del cine del mal
gusto y las revistas eróticas para señores (y el uso que de ellas hacen las
señoras), la imaginación de Biller no se detiene en la dirección y confección
de guiones; también es la responsable del diseño de vestuario y de la
ambientación de sus películas. En fin, toda una experiencia para quienes
quieran disfrutar de un material tan
exquisito y artificial como lo son esos jugos que, combinados con agua,
ofrecen un sabor a mandarina mucho más intenso y verdadero que el de la misma
fruta.
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