Ha vuelto David Lynch, el maestro de lo siniestro.
Habiéndose prometido no volver a filmar –tras Inland Empire (2006), tras
haber declarado que el cine de arte ha muerto- fue tentado por la cadena
Showtime para darle una sobrevida a su Twin
Peaks, la serie que ayudó a modificar
el panorama televisivo a principios de la década de los años 90.
Importantes directores se habían aproximado al medio
-por entonces devaluado- de la televisión. No hay más que recordar la
experiencia de Steven Spielberg con Amazing
Histories (1985-1987), o la de Michael Mann con Miami Vice (1984-1990). Pero ninguno de ellos había dejado su traza;
se habían mantenido dentro de los carriles habituales de la televisión
comercial.
Lynch, en su alianza con Mark Frost –responsable de
los guiones del hito televisivo Hill
Street Blues- trasladó parte de su particularísima visión al medio y lo
transformó para siempre, creando un espacio de innovación, pavimentando el camino para que surgieran The X Files, The Sopranos, Six Feet Under,
Lost, Mad Men, Breaking Bad, True Detective, entre las más dignas de
mención. En nuestro país sus ecos se escucharon en Bajamar,
la costa del silencio (1995), una miniserie de Fernando Spiner, filmada en
Villa Gesell.
Twin
Peaks, en los 30 capítulos de sus dos temporadas, conjuraba
una mixtura entre la telenovela (soap
opera, para los estadounidenses, a la que parodiaba desde su propia
textualidad a través de los fragmentos de “Invitación al amor”) y la mirada
expresionista de Lynch, especialista en hacer experimentar al espectador los
atormentados mundos interiores de sus protagonistas con recursos cercanos a la
abstracción, desplegando sus enfrentamientos con la propia sombra o los miedos
surgidos antes situaciones que ponían en riesgo la continuidad o disolución de
la propia identidad.
“Abstracto” y “comercial” eran términos antitéticos
para los productores del medio televisivo por aquel entonces. La capacidad creativa
del director de Terciopelo azul(1986),
barnizada con toda una capa de recursos góticos, posibilitó el éxito de la
serie hasta el séptimo episodio de la segunda temporada, en la que se develaba
el misterio acerca de quién había matado a Laura Palmer, una adolescente reina de su escuela secundaria, encontrada envuelta en plástico a orillas de
un lago. Los episodios restantes mostraron destellos de genialidad,
empantanados entre las viejas convenciones televisivas que habían sido desoídas
durante la primera temporada. Lynch –si bien dirigió algunos capítulos- nunca
había querido develar el misterio, pero tuvo que ceder el control ante las
presiones de la cadena televisiva ABC.
En la base de Twin
Peaks está La caldera del diablo,
una serie de los años 60 que dio a conocer a actores como Mia Farrow y Ryan
O´Neal, basada en un best seller de
los años 50 que también tuvo su exitosa versión cinematográfica con Lana
Turner. La trama transcurría en un pueblo llamado Peyton Place, donde las
pasiones de los habitantes alteraban la aparente calma reinante. El estilo
retro de Lynch, ya sea en el vestuario o en detalles de ambientación, también
tomaba forma con la inclusión en el reparto de estrellas de fulguración
secundaria de aquel pasado hollywoodense: Richard Beymer, como Benjamín Horne,
y Russ Tamblyn, como el doctor Jacoby, se habían destacado en el musical
ganador del Oscar, Amor sin barreras
(West Side Story, 1961); Piper Laurie -Catherine Martel- en varios
dramas románticos (y en su inolvidable composición como la madre de Carrie en 1976). En cuanto al pasado
televisivo, Michael Ontkean, -como el sheriff Harry S. Truman-, y Peggy Lipton,
-como Norma Jennings-, habían destacado respectivamente en series como Los novatos y Patrulla juvenil, clásicos de los años 70.
El aspecto gótico de la serie, con lo incestuoso
como núcleo incandescente, sus infinitos dobles y reflejos en espejos, las
coartadas sobrenaturales, contribuyeron a espesar el caldo de lo telenovelesco.
Pocas veces el aspecto luminoso se imponía; el horror aparece espolvoreado en
momentos alucinantes, como cuando Leland Palmer, poseído por un espíritu
lascivo e insaciable, asesina a su
sobrina, situación que reduplica la trágica muerte de Laura. O los abusos de
Leo hacia su esposa. O el homicidio del plumífero Waldo. Twin Peaks trasgredió fronteras de permisibilidad en lo que hace a
los standards de violencia televisiva
(violencia que no era ninguna novedad para los habitués de la filmografía de Lynch).
El gótico no sólo estaba en los numerosos excesos,
ocultamientos y dobles vidas de los personajes, en hacer siniestra una “dona” -una
rosquita azucarada- al salpicarla con sangre, sino también en lo que hace a la
investigación del agente Dale Cooper, perteneciente al FBI, que mezclaba la
lógica deductiva de un Sherlock Holmes con apelaciones al Dalai Lama, a la
filosofía oriental y a lo onírico mientras saboreaba hectolitros de café.
Cooper, interpretado por el actor que muchos
consideran un alter ego del director,
Kyle MacLachlan, con su aspecto de androide adolescente e imberbe, daba
variadas muestras del absurdo Lynchiano, ayudando a descomprimir y a sobrellevar tanta
oscuridad y perversión. También aparecían mujeres que dialogan con troncos, enanos
y gigantes, semáforos que guiñaban más que un ojo, burdeles allende la
frontera, mujeres fatales orientales con más dobleces que la dama de Shanghai,
adolescentes en estado primal y hormonas en ebullición (que con sus camperas de
cuero recordaban al Marlo Brando de El salvaje),
y un bosque con búhos que susurraban secretos. Había fantasmas por todos lados:
grabaciones de video y de audio de Laura, los retratos con su imagen enmarcados
tanto en su casa como en vitrinas escolares, en revistas de contactos sexuales…
Las alusiones a grandes títulos de la historia del
cine eran un festín para el conocedor: uno podía ver en la elección del nombre
de la protagonista ausente un guiño a la Laura
(1944) de Otto Preminger, uno de los
títulos claves de cine noir del
período clásico. El pajarraco testigo del horror se llamaba Waldo, y era
encontrado en la veterinaria del doctor Lydecker, siendo ambos apelativos los
que componían el nombre y apellido del protagonista masculino de aquel film. La
prima de Laura Palmer –su doble, interpretado por la misma actriz- se llamaba Maddy –Madeleine- Ferguson, lo que
aludía a los nombres de los personajes principales de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), teniendo la mujer un doble dentro
del mismo relato interpretado por la misma actriz, Kim Novak. Poner un paquete
de cocaína dentro del tubo de combustible de una moto era denominado un Easy Rider, haciendo eco a la estrategia
de los protagonistas de Busco mi destino
(Denis Hopper, Peter Fonda, 1969) para transportar droga.
El mundo que planteaba David Lynch va describiendo
un arco de contrastes en continua transformación. El descubrimiento del cadáver
de Laura y la consiguiente llegada del agente Cooper, provocan un caos que van perturbando
la constitución de la población. Numerosos personajes en la serie van sufriendo
alteraciones que los llevan de representar roles modélicos (Laura, Leland
Palmer, Cooper, Josie Packard) a encarnaciones del mal, dotando de características más humanas a los
que habían sido presentados como malévolos (Ben Horne, Jacques Renault, el
doctor Jacoby, Philip Gerard el manco). El amplio friso que el relato va
pintando va develando que el horror anida en el seno de la unidad familiar, que
debajo de las apariencias hay un cosmos de energías oscuras y destructivas
capaces de cuartear la más amable de las apariencias. En este sentido, no hay
más que recordar lo que se ocultaba debajo de la alfombra de césped tras la
muerte del padre del protagonista de Terciopelo
azul: un ambiente voraz de insectos negros en constante movimiento. Aquí, un
ventilador de techo en funcionamiento puede anunciar la llegada de lo
indecible; en un burdel, un cliente puede confundir a su propia hija con una
prostituta.
A través de su evolución como personaje, el agente
Cooper va manifestando una capacidad trasgresora en él que termina provocando
daños a otros personajes, lo que lo llevará a descubrir que tiene características
comunes con los poseídos por el mal. No es de extrañar que Cooper finalice la
segunda temporada poseído por Bob, el terrible espíritu que ocasionara la
muerte de Laura y de su prima, entre otros personajes. La atroz revelación estallará
al ver su imagen reflejada en el espejo, enfrentando el rostro del monstruo,
como antes ocurriera con el padre de Laura Palmer. También se alude a la
posibilidad de que Cooper ya hubiera
sido poseído anteriormente y fuera responsable
de las muertes de sus amantes.
La tercera temporada se inicia con dos Dale Cooper,
uno, que va saliendo del Black Lodge tras un encuentro con Laura, adelantado en
el último capítulo de la segunda temporada. El otro, maléfico y destructivo,
sembrando de asesinatos distintos lugares de los Estados Unidos. Todo hace
pensar que irán convergiendo hasta llegar a Twin Peaks, donde otro efecto de
extrañamiento será reencontrarse con algunos de los actores de la serie
original, 26 años más tarde, con el arado del paso del tiempo en sus imágenes.
El mismo Lynch vuelve a interpretar a un jefe del FBI, con la sordera a pleno
volumen, provocando varias situaciones cómicas. También se suman nuevos intérpretes: Laura
Dern, Jennifer Jason Leigh, Naomi Watts, Richard Chamberlain, Jim Belushi,
Robert Forster, entre otros. Y cada episodio puede incluir una presentación
musical en The Bang Bang Bar, el mismo ámbito donde Julee Cruise nos deleitara
con sus temas, acompañada por la música compuesta por Angelo Badalamenti,
responsable de reforzar las extrañas texturas que le imprime el realizador a
las distintas escenas.
En Lynch la lógica racional y causal es lo de menos,
dadas las coordenadas surrealistas con las que de a ratos experimenta. Según
sus declaraciones, deberemos apreciar los 18 capítulos como si se trataran de
un único largometraje, predispuestos a
sentir y experimentar. También recomienda un vistazo a la extraordinaria Twin Peaks; el fuego camina conmigo
(1992), una precuela cinematográfica que fuera muy mal recibida en su momento
tanto por la crítica como por los fanáticos de la serie, y que se regodea con
los momentos previos a la muerte de Laura, mediante escenas de violencia
ligadas a lo sexual que no hubieran sido permitidas en la televisión. El film
añade misterios a la vez que resuelve otros,
y posee segmentos de una belleza inusitada, emparentando a Laura, en los
tramos finales de su martirologio –una vez abrazada por una luz celestial y la
calma de la muerte- con un ángel escapado de un cuadro colgado en la pared de
su habitación.
Guiados por la mano rectora de Lynch, aceptaremos
naturalmente que en la nueva temporada un actor interprete varios personajes y extensos
segmentos donde la abstracción reina en medio de paisajes sonoros o silencios
desconcertantes, permitiéndonos proyectar nuestras interioridades, mostrando la
pantalla de nuestros televisores como
prolongación de nuestros temores más inconfesados y de nuestros sueños
más reprimidos. Veremos cómo un hombre con amnesia en un casino, con tan sólo
señalar máquinas tragamonedas guiado por
un farolito que sólo él percibe, puede regresar a su familia con una bolsa
cargada de dólares, y su mujer y su hijo recibirlo como si ése fuese su estado habitual.
Que hay hombres que no son conscientes de haber cometido un homicidio y son
encerrados en la cárcel y visitados por su esposa, que le espeta haberlo
engañado con otro hombre… para poco después morir asesinada por el doble
desgreñado del agente Cooper. Que una muchacha (Amanda Seyfried), tras un pase
de cocaína, pueda percibir con dulzura a un novio abusivo, y aislarse en un trip personal mientras es arrullada por
The Paris Singers interpretando “I Love How You Love Me.” Que una extraña caja
negra se achicharra en un subsuelo decrépito de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires…
Nada de lo que se cuente dará sentido a lo que la
continuación de Twin Peaks tiene para
ofrecernos. Mejor exponerse.
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