29/7/19

Tres anuncios por un crimen, de Martin McDonagh







Una mujer se dirige a la agencia de publicidad local para contratar tres carteles en la ruta que servirán para recordarle a la policía el brutal crimen de su hija, que sigue impune: tras una discusión con ella, la muchacha se fue de la casa y, después de ser golpeada y quemada viva, fue violada. Cuando llega, encuentra al dueño de la agencia leyendo “Un hombre bueno es difícil de encontrar”, una compilación de cuentos de la escritora estadounidense Flannery O´Connor. El dato es importante porque sirve para encuadrar el relato de Tres anuncios por un crimen en una tradición literaria, la del gótico sureño, con la apelación al grotesco como rasgo sobresaliente, en cuyo caso no es un adorno sino una contribución temática a la narrativa.

Más que un thriller o un western, se trata de una comedia negra, con situaciones que, de tan horrorosas provocan risa, una risa nerviosa. El relato se halla brotado con personajes con cierto retraso madurativo, policías que pasan por duros viviendo con madres que parecen señores, heroínas donde lo femenino en la apariencia es un recuerdo, suicidas, enanos física y espiritualmente; y se reparten humillaciones para casi todas las minorías existentes en el pueblo de Ebbing, en el estado de Missouri . En el caso de O´Connor, el grotesco no se quedaba en el mero catálogo de deformaciones físicas, sino que se buscaba retratar un mundo donde imperaba la fealdad moral, un infierno que hallaría un relevo en el paraíso.


De ascendencia irlandesa, O´Connor era católica, y sus relatos y novelas, deliciosamente irónicos, conllevan el horror de la responsabilidad, el juicio y la carga de lo moral, un conjunto de valores que trascienden al individuo y lo dignifican en sus demandas. En el film escrito y dirigido por Martin McDonagh, inglés de nacimiento pero de la misma ascendencia que la autora, las deformidades y aberraciones de personajes y situaciones existen dentro de un ideal que es misterioso pero que es actual y realizable.

El guion ofrece una catarata de situaciones excesivas que se suceden sorprendiendo al espectador. Las actuaciones de los tres protagonistas rozan lo excelso, con una Frances McDormand que supera lo realizado en Fargo y en la miniserie Olive Kitteridge. Woody Harrelson es un buen intérprete, pero aquí es utilizado dentro de un rango que le permite expresar el mayor cinismo y la más humana conmiseración por los que lo rodean. Sam Rockwell encarna a un policía aturdido –no sólo por escuchar a Abba en sus auriculares, también por sus propios conflictos interiores- que terminará acompañando a la protagonista en la concreción –o no- de justicia.

Curiosamente, la mayor encarnación del mal de paso por el pueblo, un soldado que podría ser responsable de las mayores abyecciones, posee la apariencia más atractiva entre los hombres de la película.

Film de personajes profundamente dañados pero que no pierden la esperanza de obtener algo mejor que lo que les ha tocado en el reparto de la vida, ofrece detalles que alcanzan mayor significación en una segunda visión. Por ejemplo, las niñas del jefe de policía local –símbolo de la pureza y de la inocencia- también trasgreden las normas impuestas por su padre, mientras él gratifica a la madre en unos pastizales. Un largo plano secuencia poblado de obstáculos y desafíos para la cámara, ilustra la paliza que un policía homofóbico le da al dueño de la agencia publicitaria.


Si bien había llamado la atención con En Brujas y en Siete psicópatas, el realizador y autor McDonagh se vuelve un nombre importante tras este film, recordando en mucho a lo que solía lograr el gigantesco John Huston en sus mejores realizaciones. Con sólo aplicarse un poco más en la búsqueda de un estilo visual que lo particularice, podrá llegar a ser uno de los grandes nombres del cine actual. Talento le sobra.

Publicado en Regia Magazine, enero 24 de 2018

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