Una mujer se dirige a la agencia de publicidad local para
contratar tres carteles en la ruta que servirán para recordarle a la policía el
brutal crimen de su hija, que sigue impune: tras una discusión con ella, la
muchacha se fue de la casa y, después de ser golpeada y quemada viva, fue
violada. Cuando llega, encuentra al dueño de la agencia leyendo “Un hombre
bueno es difícil de encontrar”, una compilación de cuentos de la escritora
estadounidense Flannery O´Connor. El dato es importante porque sirve para
encuadrar el relato de Tres anuncios por un crimen en una tradición literaria,
la del gótico sureño, con la apelación al grotesco como rasgo sobresaliente, en
cuyo caso no es un adorno sino una contribución temática a la narrativa.
Más que un thriller
o un western, se trata de una comedia
negra, con situaciones que, de tan horrorosas provocan risa, una risa nerviosa.
El relato se halla brotado con personajes con cierto retraso madurativo,
policías que pasan por duros viviendo con madres que parecen señores, heroínas
donde lo femenino en la apariencia es un recuerdo, suicidas, enanos física y
espiritualmente; y se reparten humillaciones para casi todas las minorías
existentes en el pueblo de Ebbing, en el estado de Missouri . En el caso de
O´Connor, el grotesco no se quedaba en el mero catálogo de deformaciones
físicas, sino que se buscaba retratar un mundo donde imperaba la fealdad moral,
un infierno que hallaría un relevo en el paraíso.
De ascendencia irlandesa, O´Connor era católica, y sus
relatos y novelas, deliciosamente irónicos, conllevan el horror de la
responsabilidad, el juicio y la carga de lo moral, un conjunto de valores que
trascienden al individuo y lo dignifican en sus demandas. En el film escrito y
dirigido por Martin McDonagh, inglés de nacimiento pero de la misma ascendencia
que la autora, las deformidades y aberraciones de personajes y situaciones
existen dentro de un ideal que es misterioso pero que es actual y realizable.
El guion ofrece una catarata de situaciones excesivas que
se suceden sorprendiendo al espectador. Las actuaciones de los tres
protagonistas rozan lo excelso, con una Frances McDormand que supera lo
realizado en Fargo y en la miniserie Olive Kitteridge. Woody Harrelson es un
buen intérprete, pero aquí es utilizado dentro de un rango que le permite
expresar el mayor cinismo y la más humana conmiseración por los que lo rodean.
Sam Rockwell encarna a un policía aturdido –no sólo por escuchar a Abba en sus
auriculares, también por sus propios conflictos interiores- que terminará
acompañando a la protagonista en la concreción –o no- de justicia.
Curiosamente, la mayor encarnación del mal de paso por el
pueblo, un soldado que podría ser responsable de las mayores abyecciones, posee
la apariencia más atractiva entre los hombres de la película.
Film de personajes profundamente dañados pero que no
pierden la esperanza de obtener algo mejor que lo que les ha tocado en el
reparto de la vida, ofrece detalles que alcanzan mayor significación en una segunda
visión. Por ejemplo, las niñas del jefe de policía local –símbolo de la pureza
y de la inocencia- también trasgreden las normas impuestas por su padre,
mientras él gratifica a la madre en unos pastizales. Un largo plano secuencia
poblado de obstáculos y desafíos para la cámara, ilustra la paliza que un
policía homofóbico le da al dueño de la agencia publicitaria.
Si bien había llamado la atención con En Brujas y en Siete psicópatas, el realizador y autor McDonagh se vuelve un
nombre importante tras este film, recordando en mucho a lo que solía lograr el
gigantesco John Huston en sus mejores realizaciones. Con sólo aplicarse un poco
más en la búsqueda de un estilo visual que lo particularice, podrá llegar a ser
uno de los grandes nombres del cine actual. Talento le sobra.
Publicado en Regia Magazine, enero 24 de 2018
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