En Los descendientes Alexander Payne nos enfrenta con la muerte y la posibilidad de cambio que ésta representa. Alexander King (George Clooney) es un abogado que debe enfrentar la muerte en vida de su esposa, una mujer que ha quedado en coma tras accidentarse practicando esquí acuático. Alexander se ha ocupado mucho de su trabajo -administra unas grandes porciones de tierra hawaiana para él y su familia, de larga tradición en la isla- y ha descuidado la relación con sus hijas, que había quedado en manos de la esposa, a la que también había resignado a un segundo lugar en su vida. El accidente dará la posibilidad de una comedia de reconciliación, en la que el protagonista intentará reestablecer los lazos afectivos con aquellos que lo rodean y con su tierra natal.
Alexander Payne |
Alexander Payne es uno de aquellos realizadores estadounidenses surgidos en los años 90 que tienen como modelo a Robert Altman. Paul Thomas Anderson (Magnolia, Boogie nights) toma de Altman la estructura coral y le inyecta el virtuosismo formal de Martin Scorsese. Todd Solondz (Happiness, Storytelling) también toma la estructura coral del maestro pero también comparte su visión satírica del mundo, con un contenido altamente corrosivo. Payne es un cultor de la sátira de costumbres de su sociedad sin el correlato ácido y potencialmente subversivo de Altman, con una pátina naturalista más agradable para la mayoría de los espectadores que la que utiliza Solonds: por eso sus films son nominados una y otra vez para el Oscar mientras que los del director de La vida durante tiempos de guerra no.
El debut de Payne fue con Citizen Ruth, una comedia donde una mujer adicta al pegamento queda embarazada. En dos oportunidades tuvo que aceptar que el estado tutelera sus hijos porque ella no podía hacerse cargo de ellos. En esta ocasión dos grupos pugnan por hacer de ella un símbolo: una liga católica anti aborto encabezada por Burt Reynolds (siempre acompañado de un adolescente afeminado del que sospechamos es su amante) y un grupo conformado por lesbianas y motociclistas que abogan por la libre elección de la mujer con respecto a su cuerpo, encabezado por Tippi Hedren, disfrazada de career woman. La sátira en este caso es de brocha gorda; Laura Dern utiliza su grotesca máscara para encarnar a una mujer que le importa muy poco de todo salvo el conseguir dinero para seguir comprando pegamento.
En 1999, Payne dirigió La elección, protagonizada por Reese Witherspoon y Matthew Broderick. Aquí ponía su mirada irónica en los métodos consagrados por los norteamericanos para alcanzar el éxito. Tracy Flick, una caricatura en sí misma, era una estudiante olfa totalmente consagrada a triunfar en las elecciones estudiantiles del próximo periodo. Su logro resultará saboteado por el profesor Jim McAllister que la detesta y se cree por encima de ella. Las viscisitudes que ambos personajes atraviesan terminaran llevando a Tracy a secretaria de un congresista y al profesor a guía de museo. El que estaba del lado de la "normalidad" termina denigrado en el guión de Payne y su habitual colaborador Jim Taylor; la freak reivindicada como modelo ético.
Un salto de ambición conduce a Payne a Las confesiones del señor Schmidt, guiada por un personaje con cierto parentezco al que interpretaba Jack Lemmon en Ciudad de Ángeles (Short cuts, Robert Altman, 1991). Lemmon brindaba su máscara ajada de hombre neurótico y común a un personaje casi despreciable, que se presentaba en el hospital donde su nieto estaba desfalleciendo víctima de un casual accidente automovilístico para tratar de reconciliar el vínculo con su hijo, un periodista televisivo al que no veía hace años. Baste con decir que este egoísta tan centrado en sí mismo ni siquiera podía recordar el nombre del niño. El señor Schmidt de Payne, sin llegar a tales extremos, está interpretado por otro grande, nada menos que Jack Nicholson en la que quizás sea su última gran actuación. Es un hombre que acaba de jubilarse tras una vida dedicada al trabajo, que siente que no tiene nada que ver con la mujer que es su esposa hace 42 años y cuyo vínculo con la hija a punto de casarse quedó anclado en los recuerdos que tiene de cuando ella era pequeña. Tras la muerte de su esposa y enterarse que lo engañó con su mejor amigo, irá recorriendo distintos lugares importantes en su vida con su casa rodante rumbo a la susodicha boda. Así es como visitará el lugar donde residía su casa natal para encontrarse con una moderna gomería. Como no encuentra nada en común con su pasado idealizado, termina diciéndole a un empleado muy poco interesado que cuando era chico tenían una llanta como hamaca en el jardín. O cuando trata de reconciliarse con el recuerdo de su mujer, sentado en el techo de la caravana, rodeado de estatuillas como las que ella coleccionaba, encendiendo una vela. Terminada la ceremonia se pone a conducir, olvidando las estatuillas en el techo, estatuillas que se desvaneceran en el camino como lo hiciera su esposa de su vida. Con una idea de superioridad vaya a saber alimentada por qué prejuicio de clase, trata de impedir que su hija se case dada la inferior condición social del novio. La hija, que conforma una buena pareja con su novio (ridícula caracterización de Dermot Mulrroney), armónica afectivamente, hace caso omiso. Notando que no tiene nada que hacer en la vida de ella, termina sintiendo como real el vínculo a través de cartas que sostiene con un joven de Tanzania al que le solventa la educación con unos dólares mensuales y que le sirve de confesor. Tragedia del hombre alienado que no supo ni sabe qué hacer con su vida y decidió que las convenciones sociales lo guiaran, arranca alternativamente sonrisas y lágrimas en el espectador.
Después a Payne le llegó la consagración definitiva con el gran éxito de Entre copas, donde un escritor incapaz de salir del duelo que le produjo la separación de su mujer, le regala un viaje a los viñedos californianos a su mejor amigo de la secundaria antes que éste se case. Comedia donde entran en juego las apariencias y donde el ganador no resulta siendo quien tiene todas las cartas a su favor desde el reconocimiento social, lanzó a la fama a Paul Giamatti y contó con un gran reconocimiento del público.
Con estos antecedentes no es de extrañar que Los descendientes sea una de las mejores películas del año. Tras un hiato de siete años, Payne confirma ser uno de los directores más interesantes del cine estadounidense contemporáneo. No sólo consigue la mejor actuación de la carrera de Clooney (nunca santo de la devoción de quien escribe, ya menos galán, con la cara un tanto abotargada, el cuerpo fofo, muy convincente como padre) sino también una utilización del paisaje y el entorno hawaiano totalmente funcional a la historia que está narrando, historia que propone paisajes emocionales complejos no sólo para sus personajes sino también para el espectador, que es llevado de la comedia a la compasión sin solución de continuidad. Momentos como el encuentro de Clooney con el acompañante elegido por su hija, un adolescente que detrás de una máscara idiota oculta una tragedia reciente, en que el adulto le pide consejo de cómo tratar a sus hijas; o el momento en el que el padre se despide de su hija yaciente; o cuando la esposa del adúltero se presenta en el hospital para presentar sus ambivalentes respetos a la futura difunta, no son fáciles de encontrar en el cine contemporáneo.
Payne en Los descendientes no sólo se muestra un avezado guionista o conductor de actores, sino también como un verdadero satirista y, por ende, un moralista. Su film nos dice que la familia, cualquiera sea la forma que adopte, es un lugar al que se siempre se vuelve después de las turbulencias. No sólo castiga a la adúltera que la ha fisurado, sino que recompensa al padre capaz de reestablecer un vínculo sano con sus hijas y garantizarles la posesión de una tierra cuyas raíces las conectan con sus antepasados aunque, valga la ironía, le cueste la reprimenda y la repulsa de muchos de sus primos. Uno puede suscribir este mensaje o no, pero la complejidad de resortes que el film activa en los espectadores es algo digno de agradecer. Lo mismo que la mirada grácil sobre las nuevas costumbres -testamentos en que los suscriptos claman por la eutanasia, niñas que hablan de sexo como si fueran mayores, los nuevos oficios de despedidas a los muertos, etc.
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