El nuevo film de Brady Corbet narra la génesis de una
estrella del pop y su relanzamiento,
diecisiete años más tarde, apelando a un reciclado de lugares comunes más
atractivos para un espectador adolescente que uno adulto. Lo que lo hace
ponderable para los que tenemos más edad son los juegos con la ironía, el tono
y las interpretaciones de Natalie Portman y Jude Law, entre otros.
Corbet, un joven actor (Mysterious Skin, Melancolía,
Funny Games) devenido director con La infancia de un líder (2015), ganó
varios premios con su ópera prima, que narraba la infancia problemática de un
futuro líder político, ambientada a fines de la Primera Guerra Mundial, durante
las negociaciones que finalizarían en el tratado de Versalles. Allí, un niño,
al que muchos confunden con una niña, viviendo en caserones góticos de
alquiler, sometido por una madre tiránica (Bérénice Bejo) mientras el padre
-bastante mayor que ella- está casi ausente y desdibujado por la excesiva labor
diplomática, exhibe una conducta rebelde y a veces malévola, que llevó a
algunos críticos a relacionar el film con productos como La profecía (Richard Donner, 1976) y obras de arte como las de
Luchino Visconti. En realidad, se trataba de un film menor con un logro
sobresaliente: el tono siniestro y ominoso que anticipaba horrores que el director
escamoteaba con cierta habilidad hasta el clímax del relato. El final, en el
que el niño terminaba adoptando la forma de Robert Pattinson (que en doble
interpretación ya había figurado como posible amante de la madre y posible
padre del niño), caracterizando mudamente a un líder político de multitudes en
la década del 30, parecía tamizado por una iconografía más propia del video Go West de los Pet Shop Boys que por la
tan lograda -históricamente hablando- de La
caída de los dioses (1969) del
augusto realizador italiano.
Parte de ese tono se conseguía por la unión de las
imágenes con la asombrosa música compuesta para el film por el legendario Scott
Walker, una estrella del pop de los
años 60 que sufrió varios eclipses y renacimientos a lo largo de su extensa
carrera. Si en La infancia de un líder
la música acrecentaba la oscuridad que iba anidando en el alma del niño, en Vox Lux la creatividad de Walker juega
muchas veces en disonancia con el contenido de las imágenes. Hay una escena entre
la joven cantante y su amante por una noche –que terminará siendo el padre de
su hija- donde cualquier aspecto romántico se diluye entre el estatismo de los
cuerpos yacentes, el fondo con las luces agonizantes de la ciudad y la música,
logrando una atmósfera más apropiada para un film de David Lynch que para un
chupetín para adolescentes.
Los cambios en el tono son bien manejados por el
director, no sólo por su apoyatura en la banda sonora –ya sean composiciones
musicales o ruidos ambiente cuidadosamente seleccionados-, también por la
modulación de las interpretaciones.
Natalie Portman –que armoniza con su propia voz las
canciones compuestas por Shia- nos regala otro trabajo de orfebrería similar al
que realizara en Jackie. Su Celeste modula a una tensa, despectiva y
manipuladora Judy Garland –con una amplia gama de estridencia y vulnerabilidad-
para las escenas que se relacionan con la vida privada, y una Madonna vacua
–cercana a la etapa Vogue, plena de calculados movimientos corporales y juegos
con las manos- cuando está sobre el escenario. Desplazándose sin problemas por
el reino del camp, Portman se lleva
muy bien con su diva, un portento gótico: no sólo por su vestimenta y el eterno
aro alrededor del cuello que le otorga un toque de dominatriz, también por
estar fundida con la muerte desde el origen de su mito.
Jude Law se muestra como un titiritero seductor. Dueño de
un sex appeal poco común, le saca provecho a su manager, que siempre encuentra
una forma de aplacar a la bestia ya sea con drogas, sexo u ondulaciones morales
que abarcan una gama tan amplia como las de muchos políticos al uso. Ya sea que
funcione como guía para la oveja descarriada o figura paterna incestuosa, Law
siempre queda bien parado en su composición, al igual que Jennifer Ehle, que
cumple funciones de publicista y figura materna.
Completando el aura siniestra que esplende Vox Lux, se destaca Raffey Cassidy en su
doble papel como Celeste joven e hija de Celeste -en la segunda parte del film,
cuando ingresa Portman.
Mucho de lo que se cuenta en Vox Lux ya lo hemos visto, pero no de la manera en que lo plasma
Corbett. La Rosa (Mark Rydell, 1979)
brinda un manual de referencia tanto para la relación de dependencia de la diva
con su manager y las drogas, como para el regreso al pueblo natal para su
resurgimiento. Las emanaciones góticas del tratamiento hacen la diferencia, y
crean un menjunje hipnótico para quien lo sepa valorar.
Publicado en Regia Magazine, el 26 de abril de 2019
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