30/7/19

Madre no hay una sola




Se cumple el cincuentenario del estreno de un film seminal en la historia del cine: El bebé de Rosemarie, de Roman Polanski. Una de las cumbres del cine de horror de todos los tiempos, tenía como protagonista a Mia Farrow, como la recién casada Rosemary Woodhouse, víctima de una conspiración de brujos. Mediante un pacto fáustico, convencen a su marido, Guy, un ambicioso  actor, para que ella engendre un hijo del diablo. Así es como una noche él (el diablo) violará a la muchacha inconsciente y la impregnará con la simiente maldita.

La pobre Rosemary -criada entre católicos, formateada su percepción del mundo en esas creencias- pensará que le tocó el peor embarazo del mundo; adelgaza a extremos inauditos, siente dolores que la parten en dos, se vuelve totalmente adolescente corporalmente… casi un muchachito (ayuda el peinadito que Vidal Sasoon le creó a la actriz). Todo esto tamizado por visitas del papa Pablo VI a la ciudad de Nueva York, tapas de la revista Time que rezan que Dios ha muerto, los cuidados de los vecinos -tan simpáticos, tan serviciales, tan freaks, «todos ellos brujos»- que le acercaran a cada rato un batido con raíz de tanaceto, esencial para que la bestia se desarrolle vigorosamente en su útero.


Polanski consiguió para las locaciones el edificio Dakota -el mismo en cuya entrada John Lennon fuera asesinado-, dotó a la historia de tonos pasteles -como si de un teleteatro se tratara- y, al enterar al espectador de todo lo que sucede a la vez que a la protagonista- creó una ambivalencia muy difícil de igualar: ¿se trata de una fantasía siniestra de la pobre Rosemary durante el calvario de su embarazo o los brujos realmente existen? Finalmente, el film se inclina hacia la segunda posibilidad: enfrentada al hecho de que ha engendrado al hijo de la Bestia, dudando en matarlo, claudicará ante ¿el instinto maternal? que le brota tan naturalmente como de una fuente surge el agua clara y cristalina.

Fantasía paranoica ante los primeros avances del feminismo y el temor que causaba, subrayaba la necesidad de que ante todos los obstáculos -aún si quien te violaba era el mismo diablo- la mujer fuera madre, que para eso estaba, y no para reclamar por sus derechos y condiciones de igualdad ante el hombre. Ira Levin, el autor de la novela en que se basaba el film, ya en la década siguiente, producirá una nouvella, Las poseídas de Stepford, donde maridos adinerados logran transformar a sus mujeres en autómatas vaciados de toda conciencia crítica hacia el patriarcado para que cumplan con todos sus deseos sin objetarlos.

El surco que abrió Polanski pavimentará el camino del El exorcista (William Friedkin, 1973), La profecía (Richard Donner, 1976). El último eslabón de la cadena lo constituye El legado del diablo, de Ari Aster. La matriarca de una familia acaba de fallecer; vemos el efecto del duelo sobre la hija, los nietos, el yerno. Hay que decir que la difunta no era una mujer cualquiera, era capaz de alimentar con su pecho al nieto, mientras la hija yacía convaleciente en la cama.

Se trata de una familia disfuncional, viviendo en una casa plena de secretos, donde los hechos de la trama derivarán en un estallido emocional de la heredera, poseída de alguna manera por los hechizos de la matriarca, llevándola a abjurar de sus propios hijos en aras de un fin superior.

Film producido por el mismo equipo de La bruja (Robert Eggers, 2015), maneja un suspenso sutil y sorpresas que son un tanto difíciles de asimilar por el espectador, resintiéndose en su clímax por la abundancia de elementos provenientes de muchos de los films mencionados en busca de efecto, quebrando la homogeneidad del tratamiento que lo antecedía. Sobresale la actriz australiana Toni Colette (El casamiento de Muriel, El sexto sentido, A Japanese Story, Pequeña Miss Sunshine), en una interpretación antológica sobre la que se vertebra el film. 

Por otro lado, en Joel, el veterano director Carlos Sorín (La película del Rey, Historias mínimas) nos plantea las disyuntivas entre las que se mueve una mujer que adopta un niño de 8 años, en un pueblo de Tierra del Fuego. En una tesitura absolutamente realista, vemos el trayecto del matrimonio que debe asimilar un nuevo integrante a la familia, las ambivalencias de la madre ante los prejuicios que la habitan y que se verán reflejados en la comunidad, cuando el chico sea discriminado por los padres de los compañeros de la escuela, amparados por las autoridades, a expensas de cualquier ley nacional que garantice la inclusión.

Film político, aunque no de manera panfletaria, revela muchos de los prejuicios de la clase media contra los habitantes de piel oscura de nuestro país a través de la metáfora del contagio (en la escuela pueden verse, al pasar, carteles que indican que el lugar está desinfectado), y nos recuerda que la adopción es un tema que no sólo atañe a la familia receptora, sino también a la comunidad, que debe ayudar a la integración de un chico que puede venir de un medio y unas costumbres distintas.

Las actuaciones de Victoria Almeida, Diego Gentile y Ana Katz descollan, sin desentonar el resto del elenco, constituido en su mayoría por actores no profesionales. Sorín hace buen uso del paisaje, con una metáfora visual muy conseguida cuando nos muestra el lugar donde la mayoría quiere confinar al elemento infeccioso: un páramo blanco, esterilizado, en las afueras del pueblo.

Para finalizar, la serie Mum, que ya va por su segunda temporada, tiene como centro a una viuda reciente, la genial Lesley Manville, (vista recientemente en El hilo fantasma,  como Cyril, la hermana del protagonista, papel por el que fuera nominada al Oscar a mejor actriz secundaria). Más allá de tener que lidiar con su pesar, tiene que soportar a un hijo medio bobo que vive con ella, la novia de éste (excelente composición de Lisa McGrillis), las visitas constantes de sus suegros -ella con un incipiente Alzheimer, él con un pesimismo a toda prueba-, de su hermano -con serios problemas de autoestima- y su novia -toda una snob. 

La acción se desarrolla en la modesta casa de dos plantas de la mujer, y las abundantes dosis de compasión y comprensión de los que hace gala la protagonista ante las salidas y ocurrencias peripatéticas de los que la rodean, encuentran alivio en las visitas de un amigo cercano del difunto (encarnado por el notable Peter Mullan, protagonista de varias películas de  Ken Loach), que le arrastra el ala aunque ella en un principio no se de por enterada.

Producida por la BBC, seis capítulos de menos de 30 minutos por temporada, Mum ofrece solaz  y agudezas para los que gozan del humor inglés y de sus buenos intérpretes.
Publicado en Regia Magazine, 12 de julio de 2018

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